Parte 1: El recuento de lo que ha sido mi vida


Salgo del baño aún lleno de vapor, apenas llevando puestos mi ropa interior y una bata de baño, con mi pelo castaño aún húmedo por la ducha (y quizá aún con espuma de champú). Mi padre sale de su pieza, con unos cuantos lápices en la mano, y me mira con leve sorpresa. "Taro, ¿no deberías estarte vistiendo ya?". Yo le sonrío. "He venido desde Francia, papá, y estoy casi muerto. ¡Déjame descansar un poquito!" Él me sonríe y mira su reloj. "Lo digo ya que tu amigo Tsubasa llamó mientras te duchabas". Me salta el corazón en el pecho, pero lo disimulo con una pequeña sonrisa. "¿Y qué dijo?" "Él y su esposa Sanae vendrán a buscarte en una hora más. De ahí se juntarán con los demás para ir a la boda de tu amigo Misugi todos juntos". "Bueno, me vestiré entonces. ¡Muchas gracias, papá!". Él me mira como recordando sus tiempos de juventud, y entra a su estudio. Ya que hace unos años mi padre decidió definitivamente quedarse en Japón, él vive en un pequeño apartamento cerca de Shinjuku con tres dormitorios. Uno lo convirtió en un estudio donde puede trabajar tranquilamente; el segundo es su propio dormitorio, y el tercero está reservado para mí. Todo es muy sencillo, casi espartano, como en mi propia casa en París; pero cada vez que vengo a Japón, me siento de nuevo como si estuviera en mi hogar. Me recuerda los viejos tiempos en que éramos simplemente un artista joven y su hijo pequeño, viajando por todas partes y atesorando recuerdos, experiencias, y sentimientos. Sin ninguna prisa entro a mi habitación y cierro la puerta. Quiero tener unos minutos para mí mismo. Cuando eres un jugador japonés en la liga francesa siendo que ni siquiera has cumplido los 25 años, apenas puedes hallar cómo detener la locura por unos segundos y salirte del torbellino que es tu vida antes de que te aplaste. Si alguien me oyera, se preguntaría que diablos me pasa. ¡Soy Taro Misaki! ¡Uno de los ases más talentosos del fútbol japonés! ¡Una nueva estrella en Francia! ¡Hijo de un famoso artista! ¡Guapo, inteligente, talentoso...! ¿No debería dejar de quejarme y agradecerle a los Dioses en el Cielo por la suerte que he tenido en mi vida? Sí, sí lo agradezco. A quien quiera que me cuide desde las nubes, a mis padres que me dieron vida y me amaron cada uno a su manera, a mi vieja pelota por rescatarme de la soledad, y a mucha gente por ser mis amigos y compañeros...Y a alguien más. Ahora estoy apenas en calzoncillos, secándome el pelo con una toalla mientras contemplo el traje blanco y negro que llevaré hoy. Blanco, el color de la pureza, relacionado con el matrimonio al cual iré. Negro, el color en el cual está pintada una parte de mi corazón, y también el tono de sus ojos y de sus cabellos. Los de Tsubasa. Mis labios se tuercen levemente en lo que se supone debería ser una sonrisa tierna, y termina como una pequeña mueca melancólica. ¿No representa acaso lo que siento en esta alma mía por él? Tsubasa Ozora es el mejor compañero que he tenido en mi vida deportiva. Recuerdo como si fuera ayer el modo en que nos conocimos en el equipo del Nankatsu, cuando reemplacé a Ishizaki tras su accidente en el juego contra el Shutetsu. Así comenzó nuestra temible "Combinación de Oro" que nos hizo famosos en el campeonato infantil de soccer. Sería un mentiroso si dijera que Tsubasa es el único buen compañero que he tenido en mi vida de futbolista. Pero lo que es cierto, es que él y yo nos vinculamos casi por instinto. Nosotros dos nos entendíamos muy bien con pequeñas cosas como gestos, miradas, corazonadas...Eso es algo que te ocurre una vez en la vida y nunca más. Cuando yo estaba a su lado, casi sentía que sólo nosotros dos bastábamos en el campo de fútbol. Tan profunda era nuestra unión. Pero entonces, yo tuve que irme. Cuando terminó el campeonato, papá y yo nos fuimos de Shizuoka. En los días, semanas, meses y años siguientes que pasé yendo de aquí para allá en Japón y luego en Europa, jugué con muchos otros chicos y adquirí maravillosos recuerdos. Incluso volví a encontrarme con mi mamá, quien me ofreció que me quedara un tiempo con ella, mi padrastro y mi hermana; pero yo lo rechacé, aunque sabía que podría ser también feliz con esta nueva familia y tendría una vida más estable. Pero yo...yo no soy Taro Yamaoka. Yo soy Taro Misaki. Y mi padre me necesitaba más que nunca. En esos tiempos y lo que siguió, me encontraba frecuentemente pensando en el muchacho que fue mi otra mitad en el juego-y en cierto modo lo era aún, en las veces que volvimos a vernos y a jugar juntos en la Selección Juvenil de Japón. Para mí, era casi lo más normal del mundo al principio. Él era mi amigo/casi hermano, mi ex compañero, y nada más. O eso creía yo...Algún tiempo más tarde, fui atropellado al rescatar a mi hermana de un accidente. En los meses de curación que siguieron, pude darle un nombre al sentimiento que había estado creciendo en esos años en una parte muy secreta de mi corazón. Antes yo era muy joven e inmaduro para comprender lo que había en mi alma, y peor aún para identificarlo. Pero mientras yacía en mi cama tras las sesiones de rehabilitación, no sólo el soccer estaba en mi mente. Tsubasa también estaba allí. Yo me sorprendí al darme cuenta de que pensaba no sólo en su compañía o en su habilidad, sino que en sus ojos, su sonrisa, su cuerpo...¿A quién estaba engañando? Yo me había enamorado de Tsubasa. Mis sentimientos amistosos de la infancia se habían convertido en amor. No lo quería solamente como amigo ahora; deseaba desesperadamente tenerle junto a mí, y no sólo en el juego. Sin embargo, ya era tarde para mí. Tsubasa ahora estaba entrenando en Brasil, cumpliendo su propio sueño. Y aún entonces, su corazón ya tenía dueña. Ishizaki y los muchachos me contaron lo que pasó con él y Sanae: cómo vino a saber que ella lo había amado desde que eran niños, y cómo se juntaron luego de que Tsubasa la rescató de un admirador obsesivo. También me dijeron que pese a ser una de las chicas más populares y tener legiones de fans por su belleza y simpatía, Sanae seguía esperando a Tsubasa fielmente. Yo mismo lo vi en el breve tiempo en que estuve de vuelta en el Nankatsu. Aunque no estaba sorprendido, ello no disminuyó el sufrimiento que soporté en silencio. Por mis heridas apenas pude jugar muy poco en los partidos de la Selección que siguieron; y cuando lo hice, jugar con él dejó un sabor agridulce en mi boca. Dulce, pues al menos pude estar con el hombre que amaba; agrio, pues no importaba que estuviera conmigo, pues ya tenía alguien a quien amar. Pero yo no iba a dejar vencer por la desolación. Si amas de veras, tienes que dejar ir a tu amor. Nadie es propiedad de ninguna persona, si no lo ha elegido. Y Tsubasa ya había tomado su decisión, libremente. Sanae lo amaba con toda honestidad y jamás lo obligó ni hizo trampa para quedarse con él. Si yo me interpusiera entre ellos dos sólo le traería problemas a Tsubasa, y eso era algo que yo no haría jamás. No tuve otra opción, así que decidí tragarme lo que sentía y jamás le confesé a Tsubasa mi amor por él. Me autoconvencí de que sería mejor así: para él, para Sanae, y para mí. Incluso asistí a su matrimonio, y mientras todos les deseaban la mayor felicidad del mundo, mientras yo también les sonreía, por dentro me repetía mi mantra. //Si le amas, déjalo ir. El amor verdadero es generoso y no posesivo. Sanae lo ama y lo hará feliz. Tienes que seguir viviendo.// Y así lo he hecho. Han pasado ya años desde eso. Tsubasa y Sanae viven en Barcelona, donde él juega. Yo vivo y juego en París, y fuera del deporte llevo una vida algo solitaria. Tengo pocos pero leales amigos como Azumi Hayakawa, Pierre Le Cid o incluso Louis Napoleon (soy uno de los pocos que pueden hablar sobre la "mera amistad" de él y Pierre sin terminar aturdido de un puñetazo), y hago esfuerzos para mantenerme en contacto con mis amigos de la Selección. Como Kojiro, que lucha duramente en Italia junto y contra Shingo y Akai, y Misugi, quien finalmente se recuperó de su enfermedad al corazón para volverse una estrella en la J-League junto con gente como Matsuyama, Ishizaki, o Wakashimazu...Precisamente, Jun Misugi es la causa de mi momentáneo regreso, pues él ha decidido casarse con su novia de toda la vida, Yayoi. Así que todos (al menos los que pudimos) decidimos dar un alto momentáneo en nuestras carreras y, tal como en la boda de Tsubasa y Sanae, celebrar tal acontecimiento. Uno de nosotros ha dado un GRAN paso en su vida, y todos tácitamente juramos apoyarle en todo caso. En todo caso...Dejo de pensar en eso. Debo vestirme rápido, ya que Sanae y Tsubasa vendrán a buscarme para ir a la iglesia que la familia Misugi eligió para el matrimonio de su único hijo. Me he prometido a mí mismo que superaría todo lo de Tsubasa, y que jamás jugaría a ser el héroe trágico de un tríangulo amoroso que nunca existió. En pocos minutos, ya estoy listo para lo que venga a suceder hoy. No desperdiciaré egoístamente mi oportunidad de estar con la gente que quiero, y aún más si él está involucrado. "No lo hago sólo por ellos...", murmuro mientras me pongo la corbata. "También lo hago por mí".