Capítulo 1: Una mañana de rutina
Cuántas veces he soñado contigo. Tus ojos de color castaño, tu mirada cálida. Desde que nos conocimos en aquel campamento de verano, hace ya dos años... Al principio, Taichi, pensé que eras tonto, inmaduro e inconsciente. Pero durante nuestra aventura en el mundo digital, descubrí tu sensibilidad, tu valor, y poco a poco fui conociéndote, respetándote y...queriéndote. Las notas solitarias de mi armónica, tristes y melancólicas, me recuerdan aquellas noches junto al fuego, cuando tú y los demás dormíais y yo no podía hacer otra cosa más que mirarte y anhelarte en silencio, mi querido Taichi... Para mí, tu amistad es lo más preciado que tengo, pero también es una tortura, porque sé que mañana y todos los días te veré cerca de mí y hablaremos, bromearemos y reiremos, aunque mi alma llore por dentro, sabiendo que nunca podré alcanzarte, que nunca sabrás cuánto te amo.
Suena el despertador. Como cada día, me levanto con esfuerzo, aparto las sabanas y bostezo mientras me restriego los ojos somnolientos. Una ducha rápida y me siento mejor. Me visto deprisa; hoy llevaré mi ropa preferida: aquella camiseta verde, los pantalones vaqueros y los zapatos marrones que llevé durante mis aventuras en el mundo digital. Como siempre, cojo un peine e intento dar forma a mis cabellos, pero es inútil, mi pelo rubio es rebelde por naturaleza. Algunos mechones me caen por encima de la frente, pero ya estoy acostumbrado. A decir verdad, tampoco me desagrada cómo me queda...
Papá ya se ha ido a trabajar, pero me ha dejado el desayuno hecho: tostadas con mantequilla. ¡Agh! ¡Voy tarde a clase! Salgo apresuradamente del apartamento, con la chaqueta a medio poner, la mochila colgando de un brazo y una tostada en la boca. ¡No llego!
Recorro el camino a la escuela a toda velocidad, voy con el tiempo muy justo. Atravieso la verja, cruzo el patio y entro en el edificio. Mi clase está en la segunda planta. Suena el timbre, las clases dan comienzo ¡Tengo que llegar antes que el profesor! Si llego tarde otra vez me la cargo, si... ¡Aaah! ¡Auch! ¡Iba tan concentrado en llegar a tiempo que no me he dado cuenta y he tropezado con alguien!
- Lo siento mucho, ha sido mi culpa, no miraba por donde ib... - Mi disculpa se corta de raíz al ver justo debajo de mí a Taichi, frotándose la cabeza con gesto de dolor.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. He caído sobre su espalda, pero él ya se ha dado la vuelta y su cara está frente a la mía. Me quedo prendado sus grandes ojos del color del otoño. Él aún no se ha movido, sorprendido por el golpe. Qué fácil sería... Llevado por el instinto, acerco mis labios a los suyos...
- ¡Matt! ¡Eras tú! Guau, chico, venías embalado. ¡Menudo golpe! ¡Qué cabeza mas dura tienes! ¡Menudo chichón me ha salido!
- ¿Eh? Sí... esteee rápidamente retiro un poco la cara lo siento, Tai, no miraba por dónde iba.
- No te preocupes, no pasa nada. Pero porque has sido tú, ¿eh? Sonríe socarrón Si hubiera sido cualquier otro, ¡ahora mismo estaría lamentándolo! añade, agitando el puño teatralmente, con una expresión de malicia y picardía.
No puedo evitar sonrojarme y sonreír. Estas cosas son las que me hacen sentir algo tan especial por este chico. Además, su cuerpo es atlético, se le da muy bien el deporte. Cuando juega a al fútbol, el sudor hace que la camiseta se le pegue a la piel, marcando unos músculos bien definidos. Después de la clase de gimnasia, vamos a las duchas y no puedo evitar fijarme en su robusta hombría, quizá un poco grande para su edad, pero también delicada, alrededor de la cual el vello ya ha empezado a crecer. En ese momento tengo que apartar la vista con esfuerzo para evitar mis propias reacciones, que no harían sino delatarme ante todos mis compañeros.
- Matt...- el susurro de su voz, de su aliento cálido, junto a mi oído, pronunciando mi nombre, hace que una corriente eléctrica recorra mi espalda, erizándome el vello.
- Dime, Tai
- Yo...- mi corazón deja de latir ¿Quizás va a pronunciar esas palabras que tantas veces yo he dicho y oído en mi mente, que nunca esperaba oír de sus labios? ¿Puedes levantarte de encima mía? ¡Llegamos tarde!
Era demasiado bueno para ser verdad, tan sólo una vana ilusión. Pero ahora no hay tiempo para eso. Ya estoy acostumbrado a esta sensación de melancolía.
- Si, claro, perdona. Estaba pensando en las musarañas
- ¡Pero ellas no tenían que estar en clase hace 5 minutos! ¡Vamos corre!
Nos levantamos torpemente y echamos a correr escaleras arriba hasta quedar exhaustos, pero ya es tarde. El maestro ha entrado en clase.
- ¿Llamamos? le pregunto
- ¿Crees que servirá de algo?
- Lo dudo, pero quién sabe...
- Pues entonces llama
Tímidamente, golpeo la puerta con los nudillos y la corro hacia un lado. Se oyen algunos cuchicheos y risas por lo bajo. El profesor, que estaba escribiendo en la pizarra una compleja fórmula matemática, se vuelve con gesto severo.
- ¡Vaya!, veo que se les han pegado las sabanas ¿eh? Aunque para ustedes ya es más bien una costumbre.
- Lo sentimos, señor
- ¡Uhm! Sí, supongo que lo sienten. ¡Sienten no haberse quedado más tiempo durmiendo! dice el profesor sarcásticamente
- No, señor, no es.... se defiende Tai
- ¡Silencio! A esta clase no pasarán. Espero que les sirva de lección para que no vuelva a ocurrir, o tendré que dar parte a la dirección de la escuela. dice cortante, mientras cierra la puerta en nuestras narices.
- ¡Vaya! Como vuelvan a avisar a mi madre, me la cargo ¡No veré la luz del sol en un millón de años! se lamenta Tai
- Estamos en la misma situación. En cuanto mi padre se entere, pondrá rejas en la ventana de mi cuarto y un candado en la puerta, abrirá un pequeño agujero en ella y me pasará la comida por ahí suspiro, mirando por la ventana
Durante un momento. Tai se me queda mirando con los ojos como platos y luego se lleva las manos al estómago, se dobla y empieza a reír a carcajadas.
- ¡Perdona, me he imaginado la escena y no pude evitarlo! Dice, con lágrimas en los ojos
Continúa riéndose hasta que cae al suelo. Desconcertado, me imagino también la escena que yo mismo he creado. Es realmente cómica y además, su risa, espontánea, clara y fuerte, es contagiosa y finalmente yo también acabo apoyado en una pared con dolor de estomago por la risa.