Capítulo 4: Secretos de alcoba


Syaoran descansaba en aquel amplio sillón, esperando que Eriol colgara el teléfono; lo miraba de cabeza, su hermoso cabello castaño cubría parte del brazo donde reposaba su nuca; el cuarto yacía con la tenue luz de la chimenea, no muy iluminado para no estorbar la vista o a la plática; no muy oscuro para evitar choques o accidentes.

-Llega en cuarenta minutos—por fin colgó, la pizza tardaría un poco en llegar por la distancia entre la mansión y el centro. Se sentó a su lado, a lo que Syaoran levantó la cabeza para observarlo directo a los ojos, provocándose un ligero mareo por el cambio de posición tan repentino.

-Te advierto que no traigo dinero—dijo, mientras que presionaba su frente hasta que se le pasó el efecto del mareo.

-No te preocupes, luego me lo pagas.

-Jaja, qué gracioso...Estás bromeando ¿verdad?

-¿Tú qué crees?

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 Sakura terminó su cena más rápido que de costumbre; dejó sus platos en el lavabo y corrió hacia el teléfono como si su vida dependiera de ello; sacó la agenda del pequeño mueble, con sus delicados dedos temblando intentó controlarse lo más posible, pero la ansiedad era más fuerte que ella misma.

-Tranquila...tú puedes—buscó el nombre de Lee Syaoran y marcó el número tras descolgar el auricular, jugueteaba con el cable esperando contestación—Por favor contesta...—justo en el instante en que se daba por vencida, una voz bastante familiar resonó en sus oídos, formándole un vacío en el estómago.

-Buenas noches.

-¡Wei! Habla Sakura Kinomoto, ¿está Syaoran?

-Señorita Sakura, qué sorpresa; hace mucho que no viene a visitarnos...Siento decirle que el joven Syaoran no se encuentra en estos momentos, hace poco llamó para decir que no iba llegar hoy a la casa.

-Oh...¿Adónde fue?-la chica entristeció notablemente, sin embargo, la tranquilidad volvió a su rostro, al saber que no iba a tener que enfrentarse a su realidad.

-No lo sé, señorita, sólo dijo que estaba en casa de un amigo y que iba a quedarse a dormir.

-Bueno, muchas gracias, cuando llegue, ¿podría decirle que le llamé?

-Claro señorita, buenas noches.

-Buenas noches—una triste lágrima cayó en su blusa al colgar el auricular, sabía que se había equivocado, pero no se iba a dar por vencida tan fácilmente, y menos, al saber que él le correspondía. Por su mente pasó su recuerdo, y lloró, lloró por sí misma...

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  El ambiente había cambiado en la mansión como uno nunca se hubiera esperado después de ver a ambos bromear y jugar...Syaoran estaba al borde de la desesperación, de vez en cuando golpeteaba suavemente el respaldo del sillón...

-¿Qué debo hacer?

Eriol no se encontraba al lado de él, había ido a traer algo de tomar, a lo que Syaoran casi gritaba para ser escuchado, empeñándose en asomarse al lugar donde estaba su compañero y revisar lo que estaba haciendo; sin embargo, eso no fue necesario, ya que instantes después llegó Eriol, con esa misma mesita que en la mañana había utilizado para trasladar el té; pero ahora, yacía una botella en hielo, dentro de una cubetilla de plata, así como dos copas.

-Es la tercera vez que me lo preguntas el día de hoy, querido Syaoran...¿Por qué?

-Quiero que me ayudes...gracias...¿Qué es?

Eriol le entregó una copa de vino, la cual Syaoran olió y saboreó ligeramente, se sentó nuevamente a su lado recorriendo con suaves miradas las expresiones, las finuras de su compañero.

-Vino tinto.

-¿Acaso quieres embriagarme?

-No, todavía no.

-Pues lo vas a lograr...

Eriol degustó de forma inigualable esa bebida que utilizaba sólo cuando estaba recordando viejos tiempos o sentía que algo iba a suceder.

-No está mal—Syaoran estaba totalmente complacido, sus ojos se encontraban cerrados, recargado gustosamente.

-¿Verdad que no?—Eriol miraba perdido dentro de su copa, una lágrima se hallaba suspendida entre sus pestañas, lo que Syaoran observó preocupadamente.

-¿Qué te sucede?

-Nada, no te preocupes.

Lee dejó la copa en la mesita, tomó la de su compañero y la dejó en el mismo lugar, se sentó aún más cerca de él con tanta delicadeza que llegó a alterar a Eriol.

-No me digas mentiras—con la mano en su mentón levantó su hermoso rostro para mirarlo directo a los ojos con la más grande ternura e inundarse en su tristeza, pasó la mano a su mejilla, a lo que él respondió cerrando los ojos y dejando que aquella lágrima cayera libremente—Dime qué te sucede.

-Recordé a alguien.

-¿A quién?

Sonó el timbre, lo que Hiragizawa aprovechó para ir a la puerta escurriéndose de la celosa pregunta de su amigo, que no conforme con su actitud, se puso de pie molesto, tomando su brazo izquierdo y virándolo hacia él.

-¡¡Eriol!!

-Están tocando a la puerta—con un rápido movimiento se libró de su opresor, abrió la puerta, recibiendo el paquete y entregando el dinero propuesto—

Gracias.

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 La ropa había caído al suelo hacía rato entre besos y caricias, cada momento se hacía más intenso entre los dos chicos, el aire caliente por los suspiros acompañado del retumbar de la cama por sus estrepitosos movimientos que cada vez aumentaban con su pasión. Los gemidos de placer no se hicieron esperar; cada uno se daba la libertad de expresar sus sentimientos con caricias, rasguños, gritos lastimeros por la inmensidad de éxtasis en sus jóvenes y deseosos cuerpos. El ritmo fue decayendo en el momento de desfallecer en el orgasmo.

-Yu...Yuki—Touya enterró su cabeza en el hombro de su amante mientras que intentaba recuperar su respiración habitual. Las mejillas sonrojadas de Yukito acrecentaban su fina hermosura, que al igual que él, intentaba tranquilizarse, definitivamente había sido una noche de locura. Kinomoto alzó el rostro, besó los rojizos labios de su “amigo” pronunciando nuevamente esa declaración que día tras día seguía afirmándosele justo en el pecho—Te amo—ambos se separaron aún con cierto dolor, Touya se acostó a su lado, mirándolo con gran ternura, mientras que recibía su contestación.

-Yo también.

-¿Tú también te amas?—Realmente adoraba escuchar esas palabras, una y otra vez, junto a él, su frialdad se volvía irónica, y ciertamente divertida. A lo que Yukito sonrío complacido.

-Yo también te amo—con la sábana sobre sí, acariciaba el cabello de aquél chico moreno junto al que tantas vivencias había pasado, y tantos instantes había compartido, besando sus labios, besando el alma desnuda, al igual que su hermoso cuerpo.

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 Syaoran... Syaoran realmente estaba furioso ante las claras evasivas de Eriol, al fin y al cabo él le había confiado todos sus sentimientos y merecía recibir lo mismo a cambio. Había desaparecido de la sala cuando aquél chico fue a abrir la puerta, fue a la recámara, apretando los puños y apenas resistiendo el recelo de la confianza inexistente. Había subido las escaleras, suavemente, sin siquiera hacer ruido, pero con tanta maestría, con tanta rapidez que ni su sombra se vio. Se hallaba acostado en la cama de Eriol, en aquél cuarto arreglado ahora, con la luz apagada, mirando celosamente la luna que se dejaba entrever en aquella ventana cubierta; sus suaves y tersas manos reposaban bajo su cabeza, su hermoso cabello alborotado en la almohada mientras que la mirada de Hiragizawa se posaba en él, de manera inconfundible; había ido a su encuentro, con sigilo fue a la cama, sentándose a su lado, mientras que intentaba llamar su atención.

-¿Acaso ya no tienes hambre, Syaoran?—Pero no recibió alguna respuesta de su parte. El cuarto era iluminado únicamente por la luz de la luna, cuyos rayos se posaban en el hermoso y fino rostro de Syaoran, que intentaba tranquilizarse con la sola vista del cielo—¿Porqué estás tan enojado conmigo?

-No estoy enojado.

-Pues tu tono de voz denota lo contrario.

-¡Ya te dije, no estoy enojado!—y es que tal vez resultaba irritante su dulzura, su misterio, su silencio. Eriol se acostó a su lado, mirándolo, interponiéndose entre Lee y la luna llena, tan anaranjada como aquél sol, que a veces se lograba ver en el amanecer, en el ocaso. Syaoran viró la cabeza hacia el otro lado, mirando la puerta, pero segundos después, Eriol lo tomó por el mentón, volteándolo hacia él, tan sólo a unos centímetros.

-¿Por qué estás enojado?—soltó su rostro, pero Syaoran ya no se resistió, mirándolo fijamente y haciéndose un poco hacia su izquierda, para que Hiragizawa pudiera acostarse cómodamente, lo cual hizo gustoso, siguiendo igual de cerca, sólo unos centímetros los separaban. Los ojos de Lee brillaban, con el reflejo de la luna; por el sólo saberse a su lado, realmente ese tal Eriol resultaba encantador, miró sus dulces labios...su pecho, embriagándose con su voz; y aún así, parecía impasible.

-Porque yo te conté muchas cosas sobre mí, y tú sigues en silencio.

-¿Qué quieres que te cuente?

-Lo que quieras.

Ambos se colocaron de tal forma que quedaron frente a frente, acostados en aquella suave cama, la mano de Eriol se posó sobre la de Lee, lo que causó cierto escalofrío y sonrojo a nuestro chico. A la mente de Hiragizawa se vino el primer pensamiento, empezando así su confesión.

-Me encanta el vino, en especial el tinto...degustarlo entre mis labios, sentir como atonta mi conciencia y me permite recordar algunos momentos de mi vida; hoy fue así, hoy recordé tantas cosas; de mi familia, mis amigos, lo que yo tanto quería, y ahora, me está costando mucho trabajo recuperar lo que yo consideraba como mío, ya casi no tengo amigos, dejé mi familia en Inglaterra por venir a buscar algo diferente, mi destino. Ahora, me siento solo, intento ser lo mejor que puedo, y aún así; me cuesta tanto trabajo sentirme bien conmigo mismo... extraño lo que he perdido—una triste lágrima rodó por su mejilla hasta aterrizar en la sábana, Syaoran se acercó aún más a él un poco arrepentido, abrazándolo con dulzura, con aquella mirada de ternura.

-No estás solo, Eriol, estás conmigo.

-¿Lo dices en serio?—alzó su rostro, del hombro de Syaoran, mirándolo directo a los ojos. Con los brazos rodeando a aquél chico, la mirada fija, a breves centímetros de él.

-Claro que sí—Lee entregó una de esas sonrisas seductoras, complacientes; con la que tantas veces había consolado a su hermosa Sakura, la que llegó a su mente, pero por Eriol, por él no dejó que su corazón fuera destruido nuevamente con el recuerdo—Vamos a comer algo, verás que te sientes mejor.

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 Eriol y Syaoran se hallaban sentados en aquél sillón tan cómodo; hacía quince minutos que habían bajado por aquellas lujosas escaleras, avivado aquella chimenea, en la que se escuchaba tronar cada partícula de la madera. La pizza estaba en la mesita de centro, ambos degustaban aquella comida, Eriol mientras tanto, escuchaba atentamente la interesante plática de Syaoran, que relataba sus mejores recuerdos.

-Supongo que te divertías mucho.

-Realmente así es...pero algún día, tendré nuevamente una navidad con mi familia—el silencio reinó en la sala por unos cuantos segundos, la luna llena, el reloj marcando la medianoche, el frío que comenzaba a sentirse cada vez más incontrolable. Eriol ahogó sus propios recuerdos en una copa llena de vino tinto, la cuál, tomó en un solo trago ante la mirada expectante de Syaoran—¡¿Qué haces?!—le arrebató la copa de las manos dejándola en la mesita, sobre la caja. Tomó sus manos entre las suyas, con aquella mirada molesta fija en la suya—No vuelvas a hacer eso, te va a hacer daño—Eriol lo miraba casi perdido, aquél trago le había pegado justo en la cabeza, mareándolo.

-Si a mí me pasa algo, a nadie le importa—Lee puso las manos sobre sus hombros, preocupadamente, pero furioso. Apretó los puños, prensando el suéter de su compañero, cerró los ojos lastimeramente con la cabeza agachada, segundos después lo aventó hacia atrás, acostándolo en el sillón mientras que él se ponía de pie.

-¡¡¿Por qué eres tan necio?!!

-Porque esa es mi verdad.

-Te equivocas—Syaoran tomó la botella, de aquella cubetilla de plata, quitó el corcho y se la colocó entre los labios tomando la tercera parte de su contenido original. Su cabeza comenzó a dar vueltas, soltó la botella, rompiéndose en mil pedazos al contacto con aquél piso, con aquella alfombra, en la que casi cayó Lee.

-¡SYAORAN!—Eriol se levantó a pesar de su propio malestar abrazándolo, con los brazos rodeando su cintura, la cabeza de Syaoran cayó recargándose en su pecho, sus ojos cerrados. Sin fuerza, casi inconsciente—Perdóname—la debilidad de Hiragizawa regresó a su conciencia, no pudiendo evitar que aquél fuego que miraba fijamente se convirtiera en sombras al caer hacia atrás, con aquél sentimiento de culpa carcomiéndolo por dentro.

-E...Eriol—ambos cayeron al sillón, Syaoran encima de él, abrazándolo con debilidad, pasaron casi veinte minutos para que el efecto se alejara de sus mentes. Sus respiraciones eran casi inaudibles, sus miradas perdidas mientras que el fuego de la hoguera disminuía.

-Perdóname—Eriol cayó en un letargo insoportable mientras que sin pensarlo, disfrutaba del excitante calor que emanaba su compañero.

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 Syaoran intentaba despertar a Eriol, seguía afectado por el alcohol. Se había despertado primero, la hoguera se había esfumado, así como su antigua tranquilidad, era increíble como los ánimos habían cambiado de manera tan rotunda.

-Eriol, despierta—de pie, con todavía ese molesto mareo, esas náuseas tan insoportables.

-Syaoran—al parecer sólo estaba dormido, como si nada. Se levantó, sentándose mientras que despertaba bien, Lee lo regañaba desde su puesto.

-Me asustaste, creí que te había pasado algo.

-Perdona, pero tengo mucho sueño—Hiragizawa frotó sus ojos, a su borrosa memoria llegó el momento en que Syaoran había colocado aquella botella entre sus labios y vaciado su contenido cruelmente en su dulce boca, tras eso, había tirado la botella, ahora rota en el suelo, el poco contenido que quedaba, derramado en la alfombra. Sonrió melancólicamente con los ojos cerrados, inclinando la cabeza hacia la derecha y con la más cálida expresión de agradecimiento tomó la mano derecha de Syaoran y besó el dorso de ella en la oscuridad de la sala.

-Lo que hiciste ésta noche es lo más cruel... y tierno que han hecho por mí, muchas gracias querido Syaoran—se puso de pie, ante la expectación del chico que escuchaba su tono seductor, maduro... digno de la reencarnación del Mago Clow.

-Por nada, pero si piensas que lo volveré a hacer, estás equivocado—las mejillas de Lee estaban al rojo vivo, intentaba fingir su típica frialdad y enfado, pero sus nervios estaban bastante alterados como para tener control sobre sí mismo, suerte para él que no había mucha luz en el cuarto, más que el de la luna, testigo de su vida, y que el dulce de Hiragizawa no se dio cuenta de ello.

-Lo sé, vamos dormir, ya es muy tarde—se puso en marcha, pero una mano sostuvo su manga izquierda, impidiéndole seguir su paso, era Syaoran, que con el corazón acelerado intentaba decirle algo muy importante.

-Espera.

-¿Pasa algo?

-No.... olvídalo—lo soltó, caminando también hacia la alcoba, Eriol apenas si lo veía, las sombras en el cuarto eran demasiado inquietas como para fijar su mirada en el dulce rostro de Lee, que con las mejillas sonrojadas pensaba en secreto y subía aquellas escaleras.

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  Syaoran seguía con ese sentimiento palpitando en su corazón, la tristeza de haber perdido a su Sakura, pero más que nada, esas emociones tan confusas por Eriol Hiragizawa, hacía unos días lo odiaba, resentía todo lo que tenía que ver con su misterio y expectación, su amabilidad con Sakura, aquél calor que lo inquietaba, esos ojos brillantes, enormes; los brazos que tantas ves el día anterior lo habían rodeado; aquél hombro en que había llorado, su cuerpo... en plena madrugada, en aquél cuarto que tantos momentos había observado entre ellos, los había visto llorar, jugar, divertirse, ahora mismo veía a punto de dormir a Syaoran. Eriol estaba a punto de salir de la recámara cuando aquella voz le llamó nuevamente, con dulzura, intentando fingir serenidad.

-Buenas noches.

-Eriol, espera.

-¿Sí?—regresó a la cama, sentándose a su lado, con aquella mirada dulce, madura, amable, que tanto gustaba. Observándolo, esperando alguna respuesta de sus suaves y cálidos labios.

-Nada.

-Dime.

-Nada.

-Dime o no me voy.

-Como gustes.

-Como gustes tú—el silencio aguardó en aquella apacible alcoba para huéspedes, hasta que Syaoran se sintió incómodo por la fija, tranquila, dulce mirada de Eriol, que no le quitaba la vista de encima.

-¿Te piensas quedar aquí toda la noche?—volteó hacia la ventana, mirando la luna llena, su silencio le contestó.

-No quiero que me vuelvas a decir que estás solo—cerró los ojos—No quiero que vuelvas a decirlo, hay muchas personas que te quieren y que no desean que te vayas de su lado.

-¿Incluyéndote?

-Incluyéndome; ahora hasta mañana.

-Buenas noches, querido Syaoran.

-Buenas noches...Eriol.

Las manecillas del reloj marcaban la 1:04 a.m., cuando Syaoran quedó solo en el cuarto, en completo silencio, los ojos cerrados, los labios entreabiertos, como queriendo decir un nombre. Un suspiro se escapó de sus hermosos y brillantes labios mientras que la luna iluminaba su sueño, su mirada castaña vio aquella fuente de luz por última vez, antes de caer en un largo y plácido letargo en el que apareció Eriol Hiragizawa, después de aquél día, que ninguno de los dos olvidaría y que aquella alcoba, guardaría en silencio.