Capítulo 7: La disculpa


Syaoran aún se preguntaba qué era lo que estaba haciendo justo ahí, frente a Eriol, manos en bolsas, corazón incansable, mejillas sonrosadas, mirada fija. Una combinación que lograba hacerlo ver aún más atractivo. Aquella mirada castaña y opresora que no se alejaba ni un instante del chico sentado en el columpio frente a él, que aparentaba no percibir su presencia, como si pudiera atravesar aquella suave, tersa, infinita piel bronceada del que en silencio y sin un movimiento más que el acostumbrado en ese juego “ni una palabra” daba vueltas en su cabeza: Del pecho al inspirar aquel aire limpio, fresco, del atardecer que pronto caería en la ciudad de Tomoeda; así como del viento que mecía y entrelazaba juguetonamente el cabello de ambos; azul, castaño. Ni una palabra, sólo su silencio y ellos mismos.

Syaoran aún trataba de entender lo que sucedía entre ellos, todavía ignorando sus propios sentimientos, o quizá [sólo quizá] los sabía a la perfección e intentaba negarlos. Cierto, Eriol siempre había logrado una alteración a sus nervios, emoción perturbadora, anhelante en Syaoran, que al inundarse en aquellos finos y soñadores ojos grises con biseles azules, no lograba articular palabra alguna, teniendo que salir lo más pronto posible de aquella cercanía, a pesar de desearla casi tanto como la comprensión misma de aquél sentimiento.

Por supuesto que amaba a Sakura, ella siempre se había esforzado en ser su amiga, en escuchar, comprender y ayudarlo en la más mínima preocupación. Era dulce y divertida, con aquella inocencia y pureza tan marcadas, con aquel miedo en sus ojos cada vez que luchaba. Todo aquello, ternura, inocencia, pureza y temor, lograba en Syaoran el más inocente sonrojo y el deseo de ayudar a su amiga.

No era lo mismo con Eriol.

Definitivamente era distinto.

Si bien, no era muy diferente de Sakura, las sensaciones por ambos eran constantemente encontradas.

Eriol en cierta parte, era dulce, divertido, tierno, pero su ternura, la inocencia, en sí, resultaban un disfraz que sólo develaba la verdadera definición de Hiragizawa: Sensualidad en su más pura expresión.

Oh sí, definitivamente Hiragizawa derramaba sensualidad con cada movimiento, aquel porte fuerte y seguro, mirada fija, tierna al principio, terminando con un hilo de telaraña que atrapaba al valiente que osaba sostenerle la mirada. Todos terminaban hechizados, por aquél ímpetu, energía, amabilidad, pasión.

Inocencia fingida, fortaleza disfrazada de un halo de ternura, que terminaba en la intimidad. Hacía no más de contados meses, había descubierto a aquél chico, que inspiraba los sentimientos más fuertes y apasionados, aún imposibles en una persona de tan poca experiencia, en alguien como lo era Syaoran. Aún así, era demasiado misterioso, abrumante, era demasiado hermoso y malévolo para ser cierto.

¿Cómo era lo que había sucedido?... Ja, como si pudiera olvidarlo.

Y ahora se encontraba justo ahí, frente a frente, en completo silencio. Aunque, no por mucho tiempo, pues al tiempo que las hojas caían por una ventisca aún más fuerte que las anteriores, murió el juego del silencio.

-Hola- Eriol no contestó, simplemente siguió balanceándose lentamente, sin siquiera mirarlo, intentando concentrarse lo más posible en el suelo, como si hubiera estado ahí sólo esperando su atención. Lee tomó aquello como una iniciativa -Eres muy difícil de encontrar, ¿lo sabes?...llevo una hora buscándote por la ciudad... aunque debí suponer que estarías aquí- el silencio inundó el ambiente por breves minutos hasta que Syaoran detuvo el paso del columpio, halando de las cadenas a una distancia considerable.

-¿Qué te hace pensar que tenía que estar precisamente aquí?- la voz de Eriol, sonaba entrecortada, furiosa, llena de dolor y un orgullo lastimado, su mirada lanzaría llamas. El chico proveniente de Hong Kong soltó las cadenas, dando un paso hacia atrás, permitiendo que la luz del atardecer iluminará pobre pero hermosamente el ya de por sí, perfecto rostro de Hiragizawa. Continuando su relato de manera gentil, con una ceja ligeramente levantada indicando sorpresa y deleite.

-Aquí estuvimos ayer, precisamente me senté en éste columpio en el que te encuentras, en aquél árbol te enteraste de un secreto...a una cuadra de aquí, llegaste con una sombrilla después de abandonarme a mi suerte. Me cubriste de la lluvia, me llevaste a tu casa. Ayer éste parque nos vio creando y destruyendo...además, hace rato me invitaste a venir aquí. Era muy obvio, pero también fui a buscarte a tu casa- Syaoran se sentó en el columpio de al lado balanceándose con lentitud, mientras que no dejaba de verlo.

-Déjame en paz- Eriol no recordaba estar tan furioso alguna vez. Quizá sería su orgullo el que le impedía mirar a Syaoran como verdaderamente quería hacerlo. Con temor al principio, llenando de pasión el ambiente con el contacto de su mirada grisácea, para finalizar con... ¡No! ¡Nada de eso! Se había prometido que lo olvidaría... a pesar de lo mucho que lo deseaba, tenía que contenerse, no podría darse el austero lujo de caer en su propia trampa. Se puso de pie, intentando olvidar todas esas divagaciones.

Syaoran lo había rechazado, incluso como amigo, ya como pareja, estaba escrito que sería imposible, pero, estaba rechazando la amistad que tan hábilmente habían forjado. Y ahora, suplicaba por un instante de su atención. No se lo daría... por lo menos no hasta que su propio cuerpo y su conciencia no resistieran a su ausencia, aunque eso significara pedir de vuelta. Metió las manos en las bolsas de su pantalón gris de vestir, formando en su hermoso rostro albino una expresión que bien podría ser de rencor o dolor. No se atrevió a mirarlo, simplemente se puso en marcha, alejándose lo más posible de él. Syaoran se encontraba aún sentado tras cinco segundos de sus palabras, al momento que lo vio ponerse de pie, hizo lo mismo, intentando detenerlo. Siguió sus pasos a una distancia considerable, pisando la sombra de Hiragizawa.

-No lo haré- Eriol sacó las manos de los bolsillos; no resentía el frío del ambiente sino la terquedad de su compañero, empuño ambas manos acelerando el paso, con el corazón latiendo fuertemente por la molestia; surcando las piedras en el camino, pasaron frente a los juegos, salieron del parque, hacia ese mismo camino que la tarde anterior habían recorrido. -Eriol, detente- En algún momento de la historia, Hiragizawa dejó de escucharlo, entonando una ligera canción entre sus labios, para tranquilizarse, aunque en otro omento hubiera funcionado, en ese mismo, era imposible dejar de escuchar dentro de su cabeza y retumbando, la voz de Syaoran. Si tan solo pudiera olvidarlo por ese día. -Eriol...ya basta, no puedes evitarme por mucho tiempo- El viento seguía corriendo furiosamente, arrancando las hojas de los árboles, hasta tapizar el suelo con ellas, deleitándose con la vista. En aquello intentó concentrarse Hiragizawa, sin éxito probable; aceleró el paso, corriendo, alejándose lo más posible de Lee, que aún seguía sus pasos, si bien no a su ritmo, pues siempre había sido muy veloz, mas sí con la misma vitalidad y energía de conseguir su cometido. Minutos después llegaron a la mansión Hiragizawa, Eriol abrió y azotó la a su paso la reja, su compañero apenas doblaba la manzana velozmente, logrando verlo pasar la reja, apresurando su paso aún más. No permitiría se le fuera tan fácilmente. Su cabello se encontraba alborotado casi por completo, abrió la reja, pasando, pero una piedra en su camino lo detuvo, haciendo que tropezara y cayera por unos segundos, lastimándose la rodilla y el tobillo simultáneamente. -Rayos- alcanzó a musitar, se puso de pie con mucho cuidado, y ahora caminando con un leve recorrido electrizando en su cuerpo, llegó a la puerta, tras cruzar los amplios jardines de distintos olores, tocó suavemente tres veces la madera y giró la perilla... al menos Eriol le había dejado la puerta abierta. Pero volvió sobre sus propios pasos, cerrando la puerta nuevamente, buscando con aquella hermosa mirada castaña el objeto de su búsqueda, aquellos ojos se posaron en la copa de un árbol en específico, que a pesar del otoño se encontraba con tal follaje que bien podría cubrir a Hiragizawa, que sentado en una frondosa rama, intentaba no ser encontrado, sino fuera porque Lee sabía a la perfección de su apego a los árboles y a la naturaleza en general. -Eriol- pronunció levemente, en su voz un dejo de ternura, sin alejar su mirada del chico albino ni un instante, pudiendo casi comunicarse de esa forma tan íntima. A pesar del dolor causado por su caída subió al árbol de un solo salto, colocándose a su lado, de pie. El atardecer ya era presente, los brillos rojos posados en el rostro de ambos, las hojas bañadas escarlata, en tanto que Syaoran se sentaba a su lado y lo abrazaba sutilmente, apoyando sus manos en la espalda de forma sorpresiva, ante la mirada sonrosada de Hiragizawa, que tras unos segundos de pensar en corresponder su abrazo o no, con aquella mirada perdida en el hermoso cabello castaño de su compañero, en lo bien que lucía y en lo atractivo que era tenerlo a su disposición; pronunció sus palabras de severa sentencia.