Heero X Quatre

Efebos

Por: Jakito Ishida Yui


Nota: Este fic es lemon, como todos los que escribo (además sin trama, la mayoría) y se ambienta entre la pelea del Zero contra el Mercurio y el Bayeic, comandados ambos por Heero y Trowa, respectivamente, y entre que se separan, antes de juntarse de nuevo e ir al reino Sanc, ahí continúa en otro fic que no es yaoi ni Yuri, y que algún día haré.


-Heero, tú vendrás conmigo a la tierra-repitió cuando lo recostó en la camilla de la nave. La angustia existencial que embargaba su alma desde que vio a su padre morir por sus ideales a manos de quienes intentaba ayudar, escapó como siempre en forma de lágrimas. El silencioso y desmayado compañero no oiría nada. Recordó los entrenamientos, le decepción de su padre al encontrarle tan sentimental, la dureza de su entrenamiento para quitarle esa característica tan molesta para un hombre como lo era su sensibilidad. Pero hasta el momento, nadie había sacrificado su vida sólo por él, su padre lo hizo pensando sólo en la colonia, en cambio Trowa había muerto ni siquiera para salvar su cuerpo, sino para salvar su alma. El alcance de esa acción era tan alto que en esos momentos de aflicción no podía comprender totalmente su significado, sólo podía intuir que era muy importante.

Heero dormía tranquilo. Se dedicó durante un rato a curarle las heridas, era sorprendente la resistencia de este chico, no se explicaba cómo sobrevivió a la autodestrucción de su Gundam, ni se hizo daño al caer desde ésa altura. Se entretuvo limpiando la nave, y toda clase de estupideces. Después volvió a ver a Heero cómo seguía. Se acercó a él, arrodillándose al lado de la cama. Le acarició un poco el cabello, y sintió una pizca de celos, o más bien curiosidad por saber a quién Heero intentaba proteger.

- Tendrá que ser alguien muy especial para que le guste a Heero, ¿será chico o chica?

El sucio cuartucho era muy pequeño debido al tamaño de la nave, ahí sólo cabían dos camas cubiertas débilmente por unas tristes y mas bien penosas mantas de un color entre gris y café, el adjetivo que las describiría es mugrosas. Quatre volvió a acercar su mano para tocar el pelo de Heero, pero éste se la detuvo y le miró fijamente a los ojos. Sus miradas se encontraron, y la de Heero dejó traslucir un destello de dolor, pero Quatre creyó equivocarse en ésta última apreciación. Heero soltó su mano con un gesto brusco, y se volvió de lado.

-Será mejor que te deje solo. –Quatre se fue a la sala de mandos.

Heero no sabía qué pensar. Nunca un ser humano había traspasado su ser como Relena, pero Trowa…Habían sido compañeros de viaje por mucho tiempo. Hablaron mucho durante el transcurso de los campamentos a lo largo de su camino, y cuando le pidió perdón a la familia del Mariscal 90, estuvo ahí. Incluso antes de la pelea con Sec, Trowa le pidió que no se muriera. No era un simple deslumbre adolescente como con Relena, era la primera persona a la cual le importó. Y ahora estaba muerto. Por culpa de una chiquillada de ese afeminado. Pero por otro lado, a lo mejor Trowa había tenido sus porqués para hacer eso. Habían sido los primeros pilotos en conocerse. Trowa no se equivocaba. Tendría sus motivos, y ahora que estaba muerto, tenía la corazonada que debía hacer lo que Trowa empezó: Cuidar de Quatre.

Comenzaron a pasar por su mente las imágenes del tiempo que había estado con Trowa, de cuando despertó un día, y una chica fue a buscar a Trowa. Lo había cuidado por todo un largo mes. Después Trowa hizo lo que hizo, y hubo de abandonar el circo. Comenzaron su viaje, es busca de no sabían qué. Heero del perdón de sí mismo, Trowa de trabajo, supuestamente. Pero cuando terminaron, seguían juntos, buscando excusas para acompañarse un tiempo más. No hablaron de sus pesadillas compartidas, del entrenamiento, del proyecto meteoro. Trowa le hablaba de la vida en el circo, de Quatre, de los otros pilotos, de las ciudades que conocían, de los caminos que iban descubriendo. Heero solía hacer comentarios sarcásticos, y bromear mucho a su modo. Pero por las noches de a poco sus cuerpos se fueron encontrando. Al principio Heero se sentía desosegado, pero Trowa era mayor y había sabido manejar la situación. Había abrazado tanto el placer como el dolor en lo que le parecía otra vida. Ante ellos se había abierto la perspectiva y la esperanza, pero pudieron darse cuenta que iban a tener que seguir peleando. El abrazo que le dio Trowa antes de separarse definitivamente cerró una etapa. Por eso le había preguntado a Duo si acaso a él le importaba. Por eso había dormido con Duo, para saber si acaso era lo mismo. Con Trowa, Heero había aprendido mucho, ambos se habían nutrido de experiencia, pero no se amaban. Heero intuía que Trowa deseaba a Quatre con todas sus fuerzas. Así como él, Heero, deseaba a Relena más que ninguna otra cosa. Pero Quatre tenía el encanto especial que parecen tener las personas ambiguas, te gustan seas hombre o mujer. Y a Quatre le inspiraba ternura, y deseaba estar con él, pero al parecer no sabía de qué manera.

Quatre por mientras se había encerrado en el cuarto de mandos, y se preparaba para aterrizar. No había podido contactarse con su tropa, y la nave estaba dañada, así que tendrían que saltar y estrellarla. Preparó todo. Fue a ver a Heero, le explicó lo que sucedía.

-Y tampoco pude calcular la trayectoria exacta, pero caeremos en algún lugar de Europa. Lo que me preocupa es que si estás bien como para resistir un salto de esas magnitudes…

-Claro que puedo-respondió sentándose-sobreviví a caerme de cabeza de un Gundam…-Quatre lo quedó mirando sin saber qué responder–Y a los ataques de un loco, con una maquina poderosa.

Quatre se puso de pie de espaldas de Heero, empuñando sus manos, y sus hombros temblaban.

-Yo… ya te dije que lo siento…

-No sé cómo Trowa se pudo entender contigo, pedazo de loco sin sentido del humor—refunfuñó Heero, y se cubrió la cabeza. El pobre Quatre se volteó sorprendido a mirarlo durante algunos minutos, pero Heero se había acomodado y dormía profundamente de espaldas y en posición fetal. Quatre sonrió, se inclinó al lado de la cama, y susurró:

-Así que sentido del humor, eh, Heero…

-Heero, Heero, despierta…ya llegamos…--Sacudió Quatre el bulto que roncaba–Ya debemos irnos, Heero…

-Heero se sentó en la cama y miró a Quatre, que estaba enojado, y que se volteó al verlo despierto, y salió del cuarto con un “vamos, no tenemos todo el día”. A Heero le daba un poco de miedo estar con un ser tan inestable como ese, así que decidió seguirlo, y no incurrir en su enojo, y tratar de ponerlo de buen humor. A lo mejor correr le haría bien…

Saltaron, y fueron capturados, como todos saben si vieron la serie. (Y si no, se jodieron…). Heero estuvo inconsciente, los capturaron, aunque los trataban muy amablemente. Incluso un día fueron a caminar a la playa. Los perros que estaban allí para vigilarlos los siguieron. Quatre miró sorprendido a Heero juguetear con ellos. Lo tenía por un hombre de corazón frío y duro, pero descubrió que también era un niño, tal como él.

-Creo que tú debería jugar con ellos, creo que les caes mejor que yo–Interrumpió sus cavilaciones con una sonrisa. Quatre quedó deslumbrado con ella, y sonrió también–Recuerda que ya no estamos en guerra, y que somos muy jóvenes.

Contra el atardecer, Heero vio correr y reír durante un buen rato la silueta de Quatre con los perros. Un oficial le hizo señas que estaba lista su cena en su tienda. Heero se dio por enterado, y silbó a Quatre, le hizo una seña, y cuando éste estaba cerca, salió corriendo. Quatre lo siguió sin alcanzarlo, jugando con los perros por todo el campamento. Los soldados los miraban sorprendidos. Alguien llamó a los perros, y Quatre sin ver a Heero se fue a la tienda. Entró con cuidado, llamando a Heero. Desde atrás, éste le asustó gritando. Quatre saltó, y Heero lo abrazó riendo. “Tal parece que me equivoqué contigo Heero” pensó. “En realidad eres una persona amable y divertida”.

-Vamos a comer, esto se está enfriando.

-Vaya, Quatre, ¿habías comido antes comida de campamento?–preguntó Heero sentándose a la pequeña mesa.

-No de este tipo. Mis tropas y yo provenimos del mundo árabe, por lo tanto estoy acostumbrado a ciertos aliños, pero siempre es bueno probar cosas nuevas. Y tú de dónde vienes, me refiero a tu etnia…

-Heero Yui provenía del Japón.

-Y tú, el Heero de ahora.

-No lo sé. Toda mi vida he estado perdido. Sólo cuando lucho no lo estoy, así que cuando esta guerra termine…

-Si es que termina.

-Para eso luchamos, supongo.

-No sabemos por qué luchamos ni contra qué en realidad.

-Pero debemos seguir luchando. Por algo hemos llegado tan lejos.

-Yo…lucho por proteger a mi familia…-Heero enarcó las cejas al ver a Quatre indeciso-¿Y…tú?

-¿Cómo y yo?

-¿Cuál o quién es tu motivo para pelear?

Heero se sumergió en un largo silencio. Comieron así durante un rato.

-Mi motivo para pelear…Es…Que nunca más mueran de nuevo…esa niña y ese perro…

Heero miraba vacío. Quatre sintió cómo la energía desplegada de Heero transmitía vergüenza, pena, los habían convencido de ser artífices de la guerra, enviados del cielo para masacrar humanos. Una historia muy antigua hablaba de algo similar: Armagedón, los ángeles enviados a destruir la humanidad que no pertenecía al selecto grupo de los elegidos. Pero ahora no se podía saber si realmente se luchaba del bando que tenía la verdad…ellos sólo podían luchar y perder para proteger a los civiles que no tenían nada que ver con ésa guerra…proteger para aquellos que buscaban la paz…

En silencio fueron a sus camastros. Apagaron las luces. Quatre no podía dormir. Sin previo aviso, Heero se introdujo en su cama, y lo abrazó por la espalda, apoyando su cuello en el hombro de Quatre. Respiró sobre su mejilla. Recorrió de arriba a bajo el torso de Quatre con la mano que tenía arriba, la otra la pasó bajo su cuello. Lo volteó hacia él con un movimiento rápido, y el sorprendido Quatre no hizo nada. Heero lo besó, sólo entonces entendió.

-Oye, espera, qué haces-Heero no respondió, le acarició el cabello con una mano, la espalda con la otra-Respóndeme.

-Es muy simple, Antinoo-sonrió Heero-Simplemente podemos pasar un buen rato.

Quatre se sentó en la cama, confuso. Ni siquiera se había dado cuenta de sus sentimientos. Ni siquiera sabía porqué no había podido dormir. Pero Heero no estaba dispuesto a esperar que el chiquillo creciera.

-Mira, no te preocupes, tranquilo. Esto lo hacíamos todo el tiempo con Trowa…

El nombre mágico surtió efecto en el rubio muchacho.

-¡Trowa!

-De seguro está vivo. De seguro se volverán a encontrar. Para ése momento, ¿no crees que sería bueno que supieras algo para hacer feliz a Trowa? Él es un experto, yo te puedo enseñar cómo le gusta–insistió mientras acariciaba su espalda.

-¿Sabías lo… de Trowa… Y yo?—El pequeño estaba como tomate.

-Es obvio, mi querido Quatre.

-Pero… ¿por qué quieres hacerlo?

-Porque me gustas.

-Tú también me gustas, pero…—Heero suspiró—Pero quiero que el primero en entrar sea Trowa. No me preguntes por qué, soy virgen, y es algo que deseo desde que conocí a Trowa. Por lo tanto…

-¿Qué?

-Lo único que podemos hacer es jugar un buen rato.

-Vaya, una excitante perspectiva–Heero empezó a irse.

-Pero no creas que serán los juegos que ya conoces, recuerda que me crié entre soldados y entrenadores, tal como tú, pero mi gente posee más sentido del estilo, del gusto–Heero lo miró fijamente, su mirada y el tono de su voz eran otros—Ahora vas a conocer lo que es el placer de los sentidos. Espera un poco, descansa. Duerme si quieres, porque no dormirás después.

Quatre se levantó a recorrer el campamento, dejando a Heero perplejo. Entró a la cocina y pidió prestados salsa de chocolate, y diversos aliños. Al salir, un soldado lo vio.

-Oye, ¿dónde llevas todo eso?

-A mi tienda –respondió con una dulce sonrisa.

-Pero para usar todos esos condimentos necesitas ponerlos sobre algo…

-Tengo algo allá–Cortó la conversación con una misteriosa sonrisa. Por el camino tomó flores de vainilla. Dejó todo en la tienda y volvió a salir, pero con algunas mantas. Miró de reojo a Heero, que lo miró con una perplejidad que estuvo a punto de echarse a reír. Fue hasta una zona donde había aguas termales y una pequeña caverna. Allí acomodó las mantas. Quedaba un poco retirado del campamento, nadie iría allí ni escucharía nada, pues eran parte de los terrenos del general, que había salido a una misión por unos días. Era el momento perfecto. Heero lo esperaba en la tienda con un bolso donde había puesto los comestibles robados por el rubio, y algo de ropa, y toallas.

Quatre lo besó en la boca, acercando su cuerpo al de Heero para que éste lo sintiera, y se excitara. Le tomó la sudorosa mano, y la presencia de Heero lo envolvió. Se miraron a los ojos, sólo existía simpatía mutua, y deseo, Quatre bajó la mirada, dio unos pasos hacia atrás y se volteó. Caminaron lejos, Heero guiado por la mano de Quatre no sabía si esperar realmente el plato lleno de especias que se le ofrecía, Quatre parecía inocente. Pero, se repitió, si Trowa lo aprecia tanto debe ser por algo.

Llegaron al manantial, Heero lo miró alegre.

-Ah, cuánto tiempo que no me daba un baño –gritó sacándose la polera y su short, y tirándose al agua al mismo tiempo.

Quatre rió al verlo. Se quitó en orden su chaqueta, la camisa y el pantalón, dejándolos doblados. Dobló también la ropa de Heero, y se metió desnudo como Heero al agua. Se miraron sus cuerpos. La noche era de luna llena, y el aire estaba tibio. Acercaron sus cabezas sonriendo, de a poco. Abrieron sus bocas sin toparse, acariciando sus narices. Sus caras parecían llenas de travesuras, llenas de ideas perversas para realizar esa noche. Se besaron sin cerrar los ojos, frente a frente casi mordiéndose mutuamente los labios del otro antes de empezar a explorar hasta las gargantas uno del otro.

De rodillas y sumergidos en el manantial, Heero elevó su mano tocando el abdomen casi musculado de Quatre. Ambos ya estaban bien erectos, y de a poco se fueron poniendo de pie, los hombros su juntaron, Quatre recorría en forma oblicua los músculos del cuello de Heero, éste pasó la punta de sus dedos por la espalda del rubio, desde el cuello a su trasero. Sus penes erectos, Quatre los acomodó para un duelo como de espadas entre ellos. Las lenguas succionaban sus mutuas ansias profundas en el momento que aunque sea un juego pones tú ser a merced del otro. El castaño suspiró, y se separaron del beso, el rubio quedó unos segundos con la boca y los ojos semiabiertos, para luego sentir que el dios de las batallas se abrazaba a su tórax para dejarse resbalar por su húmedo cuerpo. Quatre lo afirmó sorprendido entre sus brazos, Heero tenía la cabeza hacia un lado, y una expresión apacible, mostrando así toda la belleza de su rostro y su cuello a la luz de la luna. La excitación del momento le hacía desear más y más…

-Ten paciencia, Heero–Sonrió Quatre, también bañado en esta suerte de supersticiosa luz de agua y luna—El placer viene acompañado de dolor… Y el dolor te llevará a un placer más grande y profundo que tu mismo ser…

Besó su cuello, sus arterias, sus músculos, absorbiendo para siempre aquella única entrega a propósito del dolor…pero el baño era sólo para relajarse antes de lo grande, no se imaginó esta reacción por parte del chico. “¿Dónde y con quienés habrá estado?” Se preguntó el árabe mientras lo observaba retorcerse y sufrir con el placer. “No sabe más que un muchacho”.

Sus testículos eran un conejito negro y atrapado, luchando por arrancar de su madriguera, luchando por no salir. Quatre empezó a sentir placer en esta clase de suave tortura, sentía mucha excitación al verle retorcerse pidiendo más a gritos. Con una mano y con su lengua torturaba a Heero, chupándole, mordisqueándole, lengüeteándole su miembro al tiempo que se masturbaba, y le impedía eyacular apretándole el glande. Terminó él primero, y como se descuidó de Heero este también terminó. Echó la cabeza hacia atrás con un grito casi animal, y se dejó flotando en el agua con la cabeza hacia un lado. Sabía que con esa pose incitaba a más. Quatre descansó unos momentos, después tomó el miembro de Heero con una mano, y le dijo:

-Espera, esto ha sido la entrada—Heero se sentó en el agua mirándolo de frente con una expresión inocente–Adentro nos espera el banquete, querido.

El cuerpo de Heero flotando en el tibio estanque quedó en las pupilas de Quatre mientras subían a la caverna. Heero estaba tan relajado que Quatre descartó algunos juegos. Se secaron y Heero se tendió relajadamente sobre las mantas. No eran tan mugrosas como las de la nave, pero lo eran. Quatre tomó crema pastelera, de esa en spray, y se la esparció a Heero entre el ombligo y los pelos de ya saben donde (se me olvidó). El frío hizo que a Heero le dieran cosquillas, y se riera. Empuñó las manos, estaba acostado en forma de cruz, y arrugaba la nariz, se mordía los labios. Le daban muchos nervios, mantenía una risita nerviosa que contagió a Quatre.

-Eres muy travieso, ¿dónde aprendiste esto?

-Me lo enseñó…Alguien. Resulta que al principio no me gustaba hacer sexo oral, y estaba en pleno entrenamiento en el desierto. Quedaba sólo una lata de chocolate en crema, y quedaba muy poca además. Él se la puso encima, y me dijo–Tomó pose de inflar el pecho y habló con voz grave–si quieres comértela, sólo hazlo.

-¿Y qué paso, aprendiste a hacerlo…?

-Lo que no sabía el pobre tipo, ahora lo compadezco, es que yo tenía la costumbre de tomar el chocolate, hacerlo endurecer, y comérmelo a mordiscos…

Heero se reía cada vez más, Quatre nunca se imaginó su verdadero carácter… aunque ahora que hacía memoria, ese día en vez de agua les dieron aguardiente…

-Oye, Heero, tú nunca bebes, no es cierto.

-No, creo. Aunque me gustó mucho el agua que nos dieron hoy, así que encontré la botella que la contenía y me la bebí toda…

Así que era eso. En todo caso, no estaba mal aprovecharse de la situación… Seguramente Trowa sabía esto, que Heero chan se volvía un sexo pata en cuanto bebía. Era la única explicación.

-Oye, Quatre, ¿no piensas limpiarme toda esta cochinada que me dejaste?

Quatre lo limpió, después Heero agarró el chocolate, Quatre se lo intentó quitar, era su alimento favorito, y Heero se adornó con él su miembro, en espiral. Estaba muerto de la risa. Quatre le se comió el chocolate, y lamentó no tener una cámara con que grabar a Heero histérico. En medio del sexo oral, le empezó a acariciar la espalda, el ano. Increíblemente para Quatre, esas caricias le excitaban mucho, y le producían mucho placer. Pero las caricias eran un fin en sí. Heero acabó, y tumbó de espaldas a Quatre. Se puso a dibujar con el chocolate en salsa en su vientre y su pubis. Se comía las figuritas, y masturbó y torturó a Quatre hasta que se cansó. Se empezaron a besar de nuevo, y Quatre tocaba el trasero de Heero como si nada. Se veía que ambos la estaban pasando bien. Entonces quatre volteó a Heero y lo empezó a penetrar sin vaselina o algo similar. Heero no pudo evitar que se le escapara un ruido de dolor. Quatre paró, aunque estaba en verdad muy excitado, y tomó mantequilla, que se la esparció. Volvió a empezar después de masajear un rato, pero haciendo unos movimientos distintos a los que estaba acostumbrado Heero, se movía de adelante hacia atrás más bien desde abajo, sin causarle gran dolor. Sus manos suaves no producían un gran placer como en el caso de Trowa, pero su posición le causaba más placer. De pronto las manos de Quatre fueron directo a su cuello, y ahí empezó la fiesta. El rubio se subió a las caderas de Heero, que apresó el trasero del rubio y se movían los dos así durante un tiempo en completa tensión, en completo desgaste y abandono, en completa búsqueda evitando acabar para seguir siempre así…

Acabaron justo al amanecer. Descansaron unos segundos, sin mirarse, recuperando el aliento. Se miraron, se besaron, se recorrieron con la punta de los dedos intentando reconocerse sin la oscuridad. El sudor había eliminado el alcohol del cuerpo de Heero, un leve beso, y se levantaron a bañarse otra vez.

Pensaban repetir a la noche, pero los guardias no estaban. Les dejaban el camino libre, les pedían que se fueran. Y caminaron. Heero se unió con un ejército, Quatre con los civiles, al perder esta nueva batalla ambos se encaminan al reino Sanc…

F I N