Capítulo 2


En el trascurso de las semanas siguientes, las míticas peleas Sakuragi-Rukawa fueron espaciándose cada vez más hasta casi desaparecer. No porque Rukawa hubiera cambiado de actitud, sino porque los típicos Do’aho de Rukawa dejaron de surtir efecto en Hana. Esto ayudó bastante al desempeño del equipo, porque por fin se pudo lograr un cierto trabajo de equipo, para la absoluta felicidad de Akagi.

Lamentablemente este progreso no se extendió al nivel de juego de Sakuragi. Parecía que había una relación directamente proporcional entre las peleas y su modo de jugar. Sin peleas, su nivel de juego era francamente desastroso, tanto, que varias veces se quedó sentado en la banca. Pero esto no parecía importarle mucho a Hana, por primera vez era feliz haciendo algo, y ese algo era sentarse en la banca y ver a su equipo jugar.

Para un buen observador habría sido imposible dejar pasar el hecho de que el juego de Hana empeoraba cuando tenía a cierto jugador cerca suyo, que generalmente lograba que Hana botara el balón en su pie, o que diera un pase al equipo contrario, y cosas por el estilo. Pero, seamos realistas, NADIE era un buen observador, incluso Ayako lo atribuyó al nuevo corte de pelo de Haruko.

Y si ese buen observador hubiese ido a los juegos y se hubiera dado el trabajo de ver a los suplentes, en especial a uno de cabello rojo, habría visto que generalmente éste se tapaba la cara con una toalla (según Ayako era para que no vieran que ya no era titular), y que su cuerpo se remecía cada vez que cierto jugador hacía una jugada espectacular.

Y si hubiese sido lo suficientemente valiente este hipotético observador para preguntarle a Hana por qué le gustaba estar en la banca, Hana le habría respondido que Tensai estaba midiendo a los oponentes para planear una nueva estrategia y ser en n º 1 de Japón, pero la verdad sería que le gustaba estar en la banca por el simple motivo de que así podía observar a Rukawa libremente, y ver cuan magnifico era jugando. Le gustaba verlo con todos los músculos tensos, brillantes por la sudoración, ver ese cuerpo tan perfecto donde cada músculo, cada tendón, estaba en perfecta sincronía. Ver a ese cuerpo moverse con una gracia felina, salvaje, verlo saltar para conseguir el balón tal como un leopardo por su presa. Y lo de la toalla en la cabeza era simplemente para ocultar la turbación que en contadas ocasiones sobrepasaba su cuerpo y llegaba a su rostro.

Una tarde, después del entrenamiento, Hana estaba bastante molesto, porque el mismísimo profesor Ansai lo había reprendido en público por su mal desempeño. Esto lo tenía bastante molesto, lo suficiente para que no fuera a ducharse y se quedara practicando un par de tiros, varios pares de tiros, en un gimnasio vacío, mientras pensaba en un par de ojos azules.

Algo de pronto interrumpió su ensoñación y su seguidilla de pésimos tiros. Un balón entró limpiamente al aro, lanzado desde el otro extremo de la cancha. Hana no necesitaba ver quien había sido el autor de ese tiro, su cuerpo temblando, sus huesos deshaciéndose, su sangre hirviendo se lo decían a gritos. Rukawa. Rukawa. Rukawa.

-Qué mierda te está pasando, TARADO!!!???

Hana no respondió. No porque no quisiera, fue porque no podía. Si hablaba, cualquiera sería capaz de notar el temblor de su voz, el tartamudeo, la falta de aire.

Lo ignoró, y lanzo otro pésimo tiro, tan malo que ni siquiera llegó cerca del tablero.

-Te ayudo?

Esta sencilla pregunta prácticamente logró que Hana casi se desmayara. Incapaz de decir algo, asintió con la cabeza, obviamente de espaldas a Rukawa.

Estuvieron practicando cerca de dos horas. Gracias a un esfuerzo mental increíble y a una fuerza de voluntad digna de Hana, logró mejorar increíblemente sus tiros, e incluso logrando unos tiros que merecían la portada de una importante revista de basquetball.

Luego fueron a las duchas. Hana necesitaba agua helada que corriera por su cuerpo y lo refrescara, y Rukawa agua caliente que ayudara a los músculos adoloridos luego de tantas horas de entrenamiento.

Fue sólo cuando salieron de la preparatoria cuando se dieron cuenta de la hora. Ya no había autobuses que llevaran a casa a Hana, y eso era muy grave, porque debía pasar por un sector muy peligroso y estando solo no era muy aconsejable que digamos. Hana tomó aire y se disponía a irse cuando una mano lo sujetó del hombro.

-Nunca llegarás de una pieza. Yo no quiero ser responsable de eso.

- ......

-Vamos, mi casa no está lejos.

Hana se sintió en las nubes. Asintió rápidamente, no fuera que el zorro se fuera a arrepentir. 

**************

La casa de Rukawa era tal como la suponía. Bastante cerca de la preparatoria, pequeña, linda. Una vez adentro no pudo menos que admirarse. Sofás de cuero negro, paredes blancas iluminadas con luces muy tenues, poco mobiliario, pero estaba lo imprescindible, todo decorado con un gusto exquisitamente simple, todo perfectamente ordenado.

-Pasa, yo no cocino, pero si quieres algo de comer ocupa la cocina, y si quieres dormir ocupa la pieza en el pasillo, la 1º a la derecha.

-...

-Buenas noches.

-...

Rukawa entró en otra pieza, y Hana se quedó examinando la casa del zorro. Preciosa, pero muy fría. Y supuso que estaba tan ordenada porque nadie la ocupaba, excepto para dormir.

Encontró varios casetes de video ordenados en una repisa, y rápidamente repuso el que tenía en su poder. Pero no encontró fotos, ni nada que recordara  a la familia de Rukawa.

Se fue a dormir.

*****

Se levantó en silencio. La casa estaba tan oscura que debía apoyarse en las paredes para guiarse. Había una luz en el fondo del pasillo. Se dirigió hacia allá. Puerta negra, pero junta. La abrió sin ruido.

Bañado en una luz irreal, de luna, estaba Rukawa. Acostado en su cama, con sólo unos holgados boxer negros sobre sabanas negras, que hacían resaltar esa palidez tan típica en él, tan deliciosa, tan soñada.

Reprimió un quejido.

Rukawa estaba enroscado como un gato, sólo se veían su espalda y su cabello negro. Añoró esa piel, su tersura, su suavidad, el contacto con sus dedos, con sus labios.

Sin pensar se acercó.

Rukawa pareció escuchar algo. Se detuvo en seco. Pero Rukawa sólo se dio vuelta y se acomodó, dormido.

Ahora la luz de luna le iluminaba al rostro dormido, tan imaginado por él que era capaz de dibujarlo en el aire con los ojos cerrados.

Lo miró. Ese rostro tan blanco, tan perfecto como el de una chica, pero tan masculino. Esos labios rosados tan serios siempre, pero que había visto reírse, esos labios que quería besar, beber de ellos. Esas pestañas negras, largas, que enmarcaban perfectamente esos ojos azul cielo. Ese cuello, largo, digno de ser besado en cada centímetro de su extensión. Ese pecho firme, donde cada músculo estaba perfectamente delineado, pero suavemente. Esa cintura estrecha, esas cadera, esa pelvis...Ahogó un gemido. Tenía que salir de ese cuarto.

Pero su cuerpo no respondía. A pesar de sus intentos, se acercó a  Rukawa y lo tocó con dedos temblorosos. Suavemente. Recorrió ese perfil, ese cuello. Tomó su mano. Besó sus dedos. Mientras miraba a Rukawa con ojos temblorosos, pero tenía el sueño pesado, muy pesado.

Comenzó a darle pequeños besos en el pecho, en el cuello, en las orejas; besos suaves, húmedos, sensuales. Rukawa solo se quejó muy quedo, entre sueños.

No sabía de donde, pero tomó el valor y se sentó en la cama, a su lado. Tomó su rostro con sus manos temblorosas, pero decididas, y lo sujetó. Acercó su rostro lentamente, mirándolo fijamente. Cerró los ojos y lo besó.

Lo besó suavemente, tratando de conocer esa boca y que ésta lo conociera. Trató de bucear en esas profundidades desconocidas, y de ser su dueño.  Rukawa despertó.

Separó su cara de la suya y lo miró con ojos enormes, pero había quedado sediento por esa boca. Sujetó su cara con fuerza y acercó su boca de nuevo, a pesar de la oposición de Rukawa.

Rukawa se defendía como podía, pero no lo iba a soltar. Aprovechando su posición, sujetó con una mano sus hombros, con otra su nuca, y con su cuerpo sujetó el suyo. Siguió bebiendo, sorbiendo a tragos, ese licor que tenía Rukawa en la boca, conociendo esa boca, cada centímetro de ella, cada parte, cada recodo.

Rukawa logró separase, pero no lo dejó. Buscó su boca de nuevo, en eso el zorro no lo iba a derrotar.

Abrió los ojos inmensos. Rukawa por fin le estaba devolviendo el beso. Esa boca ausente estaba ahora demostrándole a la suya lo inexperta que había sido, y le mostró nuevos senderos que recorrer. Esa boca antes ausente tomó el poderío, y era ella ahora la que bebía de la suya.

Ya no fue necesario la fuerza para sujetarlo. Ahora Rukawa tenía una mano en su nuca, y estaba perdido por ese torrente de sensaciones nuevas que la boca de Rukawa le estaba produciendo.

La mano de Rukawa bajó desde la nuca, recorrió lentamente la espalda, buscando cada punto sensible que lo hiciera gemir, mientras con su boca acallaba cualquier gemido. Bajó más aún, llegó a su cintura, bajó más allá, se metió dentro de sus boxer.

Gimió

Esa mano siguió recorriendo el terreno recién descubierto, se dirigió hacía su ingle. Llegó, y dio un apretón, una presión.

Cerró los ojos y boqueó.

Cuando los abrió, estaba en su cama, en la casa de Rukawa, mojado en transpiración, los músculos tensos, su sexo latiéndole entre las piernas. Fue un sueño. Sólo un sueño.

Hana cerró los ojos defraudado, tratando de recordar cada caricia, cada toque, cada sensación. Recordó como su sangre hervía, como sentía que los huesos se le deshacían, como cada toque lo hacía estremecerse. Era hora de levantarse a darse una ducha fría.

Se dirigía al baño cuando sintió olor a cigarrillo. Se detuvo. Provenía del cuarto de Kaede. Se dirigió hacia allí, con el recuerdo, con las sensaciones de su sueño latiéndole en el cuerpo.

Abrió la puerta despacio. Kaede estaba sentado en la ventana, mirando al cielo, vestido con unos holgados boxer negros, fumando un cigarrillo. Para sacarse las dudas miró la cama. Sabanas negras.

Lo supo. No había sido un sueño, había sido una premonición. Boqueó.

Rukawa lo miró, pero sin esa mirada tan típica en él, con sólo una pregunta en ellos.

-Desde cuándo fumas?

-Yo no fumo.

-Y eso?

-El olor a cigarrillo me recuerda a mi padre.

-....

-Me hace recodar a mi padre fumando y a mama diciéndolo que el cigarrillo lo iba a matar. Qué irónico no?

-...

Hana era incapaz de hablar más, verlo sentado ahí, tan sexy, con esa manera tan sensual de tomar el cigarrillo, lo tenía trastornado.

Mientras se levantaba, Rukawa le dio la ultima fumada al cigarrillo y lo apagó. Mientras exhalaba el humo habló.

-Hoy es el aniversario de la muerte de mis padres. No quería estar solo.

-...

-Buenas noches.

-Buenas noches-dijo un Hana sin aire.

-...

-Vas a salir o te vas a quedar a dormir aquí?

- O, lo siento...

Hana se quedó mirando la puerta del cuarto de Rukawa. Recordó ese cuerpo, esos ojos, esa gracia felina de sus movimientos. Y lo supo. Con la certeza de lo que esta escrito en las estrellas, lo supo. Que lo iba queriendo para siempre, como no querría nunca a nadie más.