Capítulo 2: Una noche tormentosa
Muero de un pensamiento mudo como una herida
Estaban seguros de que no habría nadie. No estaría el dueño de la casa, un joven de aproximadamente 17 años. Desde hacía algunas semanas vigilaban la propiedad. Averiguaron así que tras la muerte de sus abuelos el joven vivía solo, estudiaba todas las mañanas en una preparatoria cercana y siempre se reunía con otro joven de su edad y una niña, al parecer hermana de su amigo. También habían observado que su amigo y él eran inseparables. Había noches en que el joven de cabello negro se quedaba a dormir en la casa. Y había otras en que el joven de lentes se quedaba en casa de la familia de su amigo.
Esa noche no sería la excepción. Esa misma tarde habían visto de lejos al dueño de la casa y a su amigo pasar de largo, por lo que supusieron que se quedaría a dormir fuera.
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Eran aproximadamente las tres de la mañana. Yukito yacía dormido en su habitación sumido en un profundo sueño. Soñaba con él, con Touya. Soñaba que su siempre querido amigo se convertía al fin en algo más. Soñaba que por fin Touya se decidía a decirle cuánto lo amaba. Al fin él podía también demostrárselo con un dulce beso
Un fuerte trueno lo despertó. Afuera llovía a cántaros, Yukito se levantó para asegurar uno de los ventanales, el cual se movía incesantemente con el viento. Acababa de cerrar la ventana cuando unos ruidos extraños en el interior de la casa llamaron su atención. Armándose de valor salió de su habitación dispuesto a averiguar de dónde provenían esos ruidos. Cuando llegó a la sala se percató de que alguien había entrado por la puerta que daba al jardín. No alcanzó a ver cuántos eran, pero no quiso quedarse a averiguarlo, así que sigilosamente se dirigió hacia el teléfono dispuesto a dar aviso a las autoridades, después planearía la forma de salir de la casa sin que se percatasen de su presencia, ya que eso daría oportunidad de que la policía llegara antes de que le pudieran hacer algún daño.
Pero justo a dos metros de alcanzar el teléfono, tropezó con alguien. Uno de los intrusos ya había recorrido la casa, y habiendo entrado a la habitación de Yukito vio la cama deshecha, y se dio cuenta de que el dueño los había descubierto.
Eran tres. Llevaban el rostro cubierto y vestían completamente de negro, y cuando Yukito los vio lo primero que hizo fue tratar de no entrar en pánico. Los ladrones estaban sorprendidos. Creían que el dueño de la casa no regresaría hasta la mañana siguiente. Por eso se habían retirado esa tarde después de verlo con su amigo seguir de largo. Por eso habían quedado de verse a esa hora de la madrugada. Se suponía que todo debía salir perfecto. Pero no. De buenas a primeras se habían encontrado con la sorpresa de que el joven había regresado entre la hora en que ellos se marcharon hasta que volvieron.
Yukito trató de controlar su miedo. Sabía que si se asustaba los ladrones perderían la poca calma que tenían. Trató de sonreír. Siempre supo que su sonrisa amable era un tranquilizante natural. Lo necesitaba él, lo necesitaban ellos. Con mucho trabajo logró articular algunas frases, trató de que su voz sonara tranquila y suave.
-Tranquilos Yo sólo En ésta casa no hay cosas de gran valor, pero llévense todo lo que quieran Sólo No me hagan daño por favor
Otro relámpago arrojó algo de luz a la obscura habitación donde los cuatro se encontraban. Yukito alcanzó a ver el brillo de un arma blanca en la mano de uno de ellos, el que parecía ser el líder. Los otros dos no estaban armados. Ninguno parecía portar armas de fuego.
Los dos ladrones que no estaban armados se acercaron por detrás de Yukito y tomándolo con fuerza lo sentaron en uno de los sillones de la sala, mientras que el tercer hombre, con quien Yukito se había topado al querer tomar el teléfono, se dirigía a él blandiendo el arma con aire amenazante.
-Mira niño bonito Será mejor que te quedes quieto Nos vamos a llevar todo lo que queramos, pero además de eso yo Me divertiré un poco contigo -Y mientras decía esto último acercó descaradamente su mano hacia el rostro del muchacho, acariciándolo con evidente rudeza. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres muy tentador?
Los otros dos ladrones se miraron entre sí. Luego voltearon a ver a su compañero y se percataron de que el hombre hablaba en serio. Eso no estaba en sus planes. Habían entrado a la casa a robar, no a abusar de nadie. Esa no era su costumbre. Se dirigieron a él tratando de disuadirlo, de hacerlo centrarse en el objetivo por el cual estaban ahí.
-Oye Esto no estaba planeado ¿Por qué mejor no nos damos prisa? Tomemos lo que podamos y larguémonos de aquí.
-Tengo una mejor idea ¿Por qué no toman todo lo que quieran y se largan? Yo me quedaré un rato más con esta preciosura -Respondió el líder, mientras Yukito alcanzaba a distinguir en la abertura del pasamontañas una retorcida sonrisa. -¿Qué están esperando? ¡Lárguense!
Los otros no querían discutir. No querían perder más tiempo del que ya habían perdido, así que tomaron todos los objetos de valor que encontraron y voltearon a ver por última vez a su líder, quien con la mano izquierda sostenía el arma blanca, mientras que con la otra tomaba a Yukito del cabello, tratando de mantenerlo quieto. Estaban sorprendidos. Su jefe nunca había hecho algo así. ¿Por qué se había propuesto abusar de ese joven?
No queriendo saber nada más del asunto, ni involucrarse por completo, los dos ladrones decidieron marcharse. No iban a evitar nada, pero tampoco iban a participar. Salieron de la casa en medio de la tormenta.
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Yukito trató de disuadir al ladrón. Trató por todos los medios que pudo de convencerlo de que no ganaba nada haciéndole daño. Pero lo único que logró fue una mirada lasciva, una mano fuerte que lo tomó por la barbilla y lo hizo pegar sus labios contra los suyos, mordisqueándolos. Yukito ahogó un grito, trató de zafarse de la mano que lo aprisionaba, y en medio de la lucha logró extender su mano derecha y alcanzó a tomar lo primero que encontró.
La lámpara de noche se estrelló contra la cabeza de su atacante, haciendo que por un instante perdiera el equilibrio. El hombre soltó a Yukito, quien aprovechó el momento para ponerse de pie, mientras que con las dos manos retorcía el brazo izquierdo de su agresor haciéndolo soltar el arma. Al ver el artefacto en el suelo Yukito trató de agacharse a recogerlo, pero ya era tarde. El hombre estaba reaccionando y sólo tenía que estirar la mano para recuperar su arma. En un intento desesperado por evitarlo, Yukito pateó con todas sus fuerzas el arma, haciéndola volar al otro lado de la sala. El cuchillo se perdió debajo de uno de los muebles. En la oscuridad de la habitación sería difícil encontrarlo, al percatarse de eso el agresor profirió una maldición.
Antes de que el delincuente terminara de ponerse en pie, Yukito intentó correr hacia su recámara, pensaba encerrarse en ella mientras llamaba a la policía. Pero se encontró con un obstáculo. Para llegar hasta allá tendría que pasar prácticamente por encima de su atacante. Así que abandonó inmediatamente la idea y se dirigió a la salida más cercana, que era la puerta que daba hacia el jardín.
Se dio la media vuelta y corrió con todo lo que le daban sus piernas. Llegó hasta la puerta, la abrió, salió y trató de trabarla desde afuera, pero se percató de que había sido forzada por los mismos ladrones y la cerradura estaba completamente inservible. Sin tiempo qué perder corrió hasta una de las bardas del jardín que daban hacia el exterior, su idea era saltar hacia la calle y después correr con toda su alma hacia la casa de Touya. Tomó impulso y saltó con todas sus fuerzas tratando de alcanzar la cima de la pared.
Pero para su desgracia la lluvia aún no cesaba, la pared estaba completamente empapada y aunque utilizó toda su fuerza para sostenerse, sus manos cedieron a la humedad de la pared. Trató con desesperación de trepar con manos y piernas, pero sólo consiguió arrancar pequeños trozos de pintura azul, que se clavaron como pequeños dardos en sus uñas. Haciendo caso omiso al ardor en sus manos, retrocedió para tomar impulso nuevamente.
Antes de que pudiera siquiera dar un paso, se sintió de pronto aprisionado entre dos fuertes brazos. Su atacante lo había alcanzado, furioso por el golpe que Yukito le diera se había propuesto no dejarlo ir. Sería suyo. Yukito forcejeó tratando de soltarse del abrazo que lo tenía preso, pero con temor se percató de que el hombre era muy fuerte. Demasiado fuerte incluso para él. Y mucho más alto y musculoso. La desesperación del muchacho iba en aumento, trataba de morderlo, arañarlo, pisotearlo Pero lo único que lograba con sus rechazos era provocar más la lascivia de su atacante. Su agresor le torció ambos brazos por detrás de su espalda inutilizándolo de la cintura para arriba, mientras golpeaba con una de sus fuertes piernas por detrás de las rodillas de Yukito, quien cayó al suelo doblado por el dolor.
Yukito permanecía hincado de espaldas a su verdugo. Pudo sentir por detrás los jadeos de placer malsano que emanaban de los labios del hombre. Su atacante aún lo sostenía con fuerza de los brazos, Yukito trató de incorporarse pero el dolor en sus piernas lastimadas se lo impidió. Trató de tomar aire, llenó lo más que pudo sus pulmones y gritó con toda la fuerza que su garganta le permitió.
-¡Auxilio! ¡Por favor! ¡Que alguien me !
Pero no logró terminar la frase. Un fuerte golpe en la cabeza cortó en seco las palabras que el joven había intentado pronunciar. Sintió de pronto como lo invadía una sensación de debilidad general. Involuntariamente sintió cómo su cuerpo se relajaba. Las gotas de lluvia empapaban su cabello, escurrían por su rostro y terminaban resbalando por su frágil cuello. Trató de reaccionar mirando todo a su alrededor, su vista se nubló. Una visión en versión doble de su jardín fue lo último que vio antes de quedar semiinconsciente.
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¿En dónde se encontraba?
Fue lo primero que Yukito se preguntó al recobrar la conciencia. Miró a su alrededor, la lluvia había cesado. Una fresca y húmeda brisa recorrió todo su cuerpo haciendo que sintiera frío. Pronto llegaría el amanecer. Entonces se percató del sitio en donde estaba. Era el jardín de su casa. ¿Pero qué estaba haciendo ahí?
Yacía de boca tirado sobre el pasto. La nuca le dolía. Le dolían los brazos, las piernas Trató de levantarse de golpe y un intenso mareo lo mantuvo medio minuto sostenido contra el tronco de un árbol. Pero eso no fue lo peor. Cuando trató de caminar hacia el interior de su casa, un punzante dolor entre sus glúteos se lo impidió.
Trabajosamente logró llegar hasta la sala de su casa. Se recostó de costado en el sillón más largo tratando de no lastimar más su cuerpo adolorido. Cerró los ojos por un instante y de pronto los episodios de la noche anterior se agolparon en su mente.
Comenzó a recordar. La lluvia... La ventana Los ruidos La sala Ladrones
La lluvia Ese hombre
La lluvia El dolor que sintió
La lluvia
Yukito quiso morir.
De repente sintió náuseas. Caminó tambaleándose hacia el baño
-To-ya
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-Habla Kinomoto
-To-ya
-¿Yuki ? ¿Qué ocurre? Son las seis de la mañana
-Necesito verte
-¿Te encuentras bien?
-Estoy en el parque Pingüino Por favor no tardes
-Yuki ¿Te encuentras bien? Yuki
Pero Yukito ya había colgado.
Touya dejó inmediatamente lo que estaba haciendo, se vistió lo más rápido que pudo, rechazó el desayuno que su padre le ofreció, tomó su bicicleta y salió a toda prisa hacia el parque.