Capítulo 3: El amor es paciente...


¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,

devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?


El médico que lo examinó les informó que físicamente sanaría pronto. No había sufrido heridas internas, ni desgarres, ni algún trauma físico que pudiera ser de extrema consideración. El muchacho era sano y se recuperaría muy pronto. Le habían curado las manos, en cuyas uñas tenía incrustados pequeños restos de pintura de color azul. Tenía algunos moretones en forma de dedos en los antebrazos, y algunos otros más en las piernas, sobre todo detrás de sus rodillas. No había huesos fracturados y la tomografía no revelaba ningún peligro de derrame por el golpe en la cabeza. Por otro lado, a partir de ese día y cada mes, durante algún tiempo, tendría que someterse a los análisis que fueran necesarios para descartar cualquier riesgo de enfermedad de transmisión sexual.

-Pero el caso es… -Decía el galeno con suma seriedad. -Que aunque las heridas físicas sanan rápido, las heridas psicológicas que deja esta clase de experiencias tardan mucho más en sanar. Ustedes deben entender que lo que le sucedió al muchacho fue sumamente doloroso. No les extrañe que de pronto su carácter cambie, se puede volver más cerrado a la comunicación, alejado de las personas que aprecie y que lo aprecien, tal vez incluso hasta llegue a manifestar rechazo al simple contacto físico con alguien. Como un abrazo, una caricia… Ante todo esto les recomiendo que simplemente tengan paciencia. No olviden que nada cura mejor las heridas del alma que el tiempo. Denle tiempo. Será todo lo que necesite. Pero si en el término de un año por lo menos su estado anímico no cambia o va de mal en peor avísenme por favor, que yo les daré los nombres de algunos psicólogos que sé que estarán dispuestos a ayudarlo. Pero lo más recomendable en estos casos es el apoyo incondicional de las personas cercanas a él. Por favor, no lo dejen solo.

-¿Cuándo será dado de alta? –Preguntó Fujitaka con seriedad. La sonrisa que siempre lo caracterizaba se había borrado por completo. Quería a Yukito como a un hijo, y no podía evitar sentir rabia y dolor por lo que le había sucedido.

-Hoy mismo. Tengo entendido que vive solo…

-Así es doctor. Pero se quedará con nosotros durante todo el tiempo que tarde su recuperación. Créame, en ningún momento vamos a dejarlo solo.

-¿Puedo verlo? –Preguntó Touya. Hasta ese momento sólo se había concretado a escuchar con suma atención las palabras del doctor.

-Por supuesto. Pero le advierto que debe demostrar fortaleza frente a él. Ahora más que nunca necesitará un apoyo. Alguien en quién sostenerse.

Touya se dirigió hacia la habitación donde Yukito permanecía en observación. Antes de entrar cerró los ojos, respiró profundamente, acomodó sus cabellos y su ropa aún mojados por el agua de la lluvia, y entró.

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El chofer de Sonomi Daidouji pasó por Sakura para llevarla a su mansión. Se quedaría el fin de semana con Tomoyo mientras su papá y su hermano atendían a Yukito.

Touya bajó las escaleras con lentitud. Acababa de instalar a Yukito en su habitación, él se quedaría en la de Sakura hasta que ella regresara. No habían querido contarle a la niña los verdaderos motivos por los que Yukito se quedaría algún tiempo. Entre él y su papá sólo le habían dicho que el muchacho tenía algunos problemas de salud y que necesitaría atención y cuidados, pero nada más. No hubiera sido prudente decirle la verdad, aún era muy pequeña y el golpe habría sido demasiado duro.

-¿Cómo se encuentra hijo? –Preguntó Fujitaka.

-Está bien papá. Eso creo. Casi no hablé con él, en cuanto se acostó se quedó completamente dormido.

-Y tú… ¿Cómo te sientes? –Fujitaka sabía del aprecio de su hijo hacia su amigo, y aunque no lo demostrara, hacía tiempo que se había percatado de lo que su hijo sentía realmente por él. Y aunque al principio le fue difícil aceptarlo, al final se había dado cuenta de que Yukito también amaba a Touya. 

-Bien… Estoy bien, no te preocupes. –Respondió Touya, tratando de aparentar tranquilidad, aunque presentía que de un momento a otro estallaría en llanto. Pero debía hacer caso de lo que el médico le había dicho. Debía demostrar fortaleza, Yukito necesitaría de todo su apoyo.

-Hijo, pase lo que pase, quiero que Yukito y tú sepan que cuentan conmigo para todo.

-Gracias papá. Siempre lo he sabido, y sé que Yuki también…

Fujitaka se dirigió a la biblioteca mientras que Touya se dispuso a preparar la cena. Cocinaría con esmero uno de los platillos preferidos de Yuki. Pero mientras lo hacía recordó lo ocurrido en el parque esa mañana. Entonces no pudo evitar que un profundo estremecimiento lo recorriera, haciéndolo apretar los puños con ira al grado de dejar marcas en las palmas de sus manos con sus propias uñas, mientras las lágrimas, rebeldes, se negaban a quedarse guardadas en sus azules ojos…

Recordó a su Yukito meciéndose en el columpio con la mirada perdida… Tratando de forzar a su casi amnésica memoria a recordar todo el infierno vivido mientras sus lágrimas se mezclaban con la lluvia bañando su bello rostro... Contándole todo entre frases entrecortadas por el dolor y la pena…

Le contó sobre la lluvia. Le contó sobre los ladrones…

La lluvia… Ese hombre…

La lluvia… El dolor que sintió…

La lluvia…

Touya también quiso morir.

Con el dorso de la mano, Touya secó una lágrima que ya corría por su mejilla y amenazaba con hacer desbordar a las demás. Apretó los dientes, respiró profundamente, sacudió su cabeza para apartar las imágenes de su mente y con manos temblorosas terminó de hacer la cena.

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-¿Cómo te sientes Yuki?

-¿Cuánto tiempo he dormido? –Yukito se incorporó sobre la cama de Touya tratando de espantar los últimos rastros de sueño.

-Dormiste toda la tarde. No quería despertarte pero es importante que comas algo.

-No gracias. No tengo hambre.

-Pero Yuki… Es uno de tus platillos favoritos. Yo mismo lo preparé.

-Por favor To-ya. Yo… Te agradezco mucho tu atención pero… De verdad, no tengo apetito.

Yukito se acomodó nuevamente entre las sábanas y trató de ocultar su rostro entre ellas. No podía permitir que Touya lo viera así. Se sentía mal. El cuerpo aún le dolía un poco, seguía sintiendo un leve mareo a causa del golpe en la cabeza.

Pero ese malestar no era nada comparado con la opresión que sentía en el pecho. El corazón le dolía. Le dolía el alma. Sintió sus labios temblar mientras trataba de cerrar los ojos para poder dormir. En el fondo eso era lo único que quería. Dormir. Dormir y no despertar nunca más… Apretó los ojos y los labios con fuerza y frunció el ceño en un vano intento de apartar de su mente el recuerdo de lo vivido esa madrugada.

Touya dejó la bandeja con la comida en la mesita de noche y se acercó lentamente a Yukito. Apartó con delicadeza la sábana que cubría su rostro y lo miró fijamente. No fue necesario adivinar lo que el joven estaba pensando. Cada gesto, cada mueca era reflejo del dolor que estaba sintiendo.

Yukito intentó de todas formas evitar enfrentar a Touya, permaneció con los ojos cerrados, y en cuanto sintió sobre él su mirada se dio la media vuelta dándole la espalda.

Touya pensaba decirle algo, pero al darse cuenta de su evasiva prefirió guardar silencio. Lo observó durante un rato más. Si Yukito no le hubiese vuelto la espalda se habría dado cuenta de la forma en que Touya lo veía. Lo miraba con ternura, con amor…

-De acuerdo Yuki, te dejaré para que descanses. Pero si cuando despiertes tienes hambre por favor avísame, para que vuelva a calentar la cena.

-Te lo agradezco mucho To-ya…

-Que descanses… Yuki.

Touya tomó la bandeja mientras dirigía nuevamente su mirada hacia Yukito. Ya habría tiempo. Aún quedaba el domingo entero para poder conversar. Necesitaba saber si Yukito iría a la escuela el lunes o si prefería quedarse descansando unos días más. También quería su opinión sobre si quedarse a dormir en la misma habitación que él o compartir la habitación de su papá. Necesitaba avisarle que iría a su casa para recoger algo de ropa y todos sus artículos personales y de la escuela. Necesitaba… Decirle que lo amaba. Que nada de lo que había pasado cambiaba en lo más mínimo sus sentimientos por él. Lo amaba y se lo demostraría de alguna forma u otra. Sólo debía esperar.

-El tiempo lo cura todo. Tendré paciencia amor… Te lo prometo. –Dijo Touya en voz baja pensando que Yukito ya dormía, y salió de la habitación.

Pero Yukito lo escuchó.