Capítulo 3: Buscando respuestas


Hacía frío allí afuera, el viento agitaba las ramas de los árboles y la luna alumbraba con haces platinados el desolado paraje.

Ya era muy tarde y había abandonado su habitación, escapando por la ventana para evitar ser percibido por su padre y su hermana. En esas largas horas no había podido conciliar el sueño. Necesitaba aclarar sus pensamientos.

Se arropó con su chaqueta, al tiempo que recostaba su espalda en el grueso tronco del árbol que estaba en una de las esquinas, al lado de la fuente. Levantó los ojos, mirando hacia el cielo despejado, plagado de rutilantes estrellas.

Aspiró con fuerza el frío aire nocturno, sintiendo cómo sus pulmones eran invadidos por la gélida sensación.

Ese lugar le traía tantos recuerdos...Memorias de sucesos pasados, hechos ocurridos durante si niñez. Una imagen se formó en su mente, una silueta definiéndose en su imaginación, una mujer...su madre.

La recordaba, hermosa y frágil. Sus ojos, del mismo color que los suyos mirándolo con ternura, siguiendo cada uno de sus pasos mientras él recorría aquél lugar. Ese parque poco atestado y apartado del bullicio de la ciudad, no muy alejado de su hogar, pequeño e íntimo, parecía estar hecho especialmente

para ellos dos, para sus alegres tardes de otoño, cuando papá estaba de viaje y quedaban ellos solos en casa, cuando nadie venía a perturbar su alegría y felicidad.

Se veía así mismo, corriendo de árbol en árbol, ocultándose detrás de los setos, mientras su madre lo buscaba, llamándolo con su suave voz. Recordó cómo lo abrazaba por detrás, hallándolo en su eventual escondite, haciéndolo volverse y estrechándolo con fuerza. Recordaba su risa y sus besos sobre su rostro, el olor a jazmines que emanaba de su delicada piel perfumada.

Su madre...Nunca había podido olvidarla...

Ninguna otra mujer había llamado su atención como ella, ninguna. Nunca había encontrado a alguien que encarnara en su ser todos aquellas particularidades que hacían de su madre una mujer tan especial. Nadie con la misma pasión, ni la misma ternura, con esa intensidad de sentimientos en conjunción con su temperamental carácter.

Excepto por...

Sacó el sobre blanco de su chaqueta, abriéndolo con cuidado tomó el blanco papel de su interior. Le era imposible leerlo debido a la escasa iluminación de los rayos de la luna que alumbraban a intervalos el paraje, filtrados a medias por las tupidas ramas de los árboles.

Evocó algunas de las frases que había leído en el papel, las mismas que lo habían impresionado desde un inicio, haciéndolo leer y releer el escrito con el fin de descifrarlo, de encontrarle significado a cada una de sus palabras, de interpretar lo que trataba de decir en cada expresión, en cada osada frase que lo habían hecho estremecer y terminar la misiva con un ligero rubor en las mejillas.

¿Por qué se había sentido tan atraído hacia ese particular poema de amor?

¿Por qué no acababa de leerlo, y casi aprenderlo de memoria, de tantas veces que volvía a posar sus ojos sobre el liso papel?

¿Por qué tenía presentes en su mente aquellas ardorosas palabras y frases que tenían la peculiaridad de ruborizarlo?

Ni el mismo lo sabía.

Tal vez porque le recordaban en algo a su madre, al apasionamiento que imprimía en cada uno de sus actos, en cada una de sus palabras. A su completo desprendimiento, a su total entrega, sin culpabilidades, sin cuestionamientos, sin remordimientos. sin considerar lo que los demás pensaran o dijeran. Dejándose llevar siempre por sus intensas pasiones hacia las cosas y personas que amaba, demostrando con efusión sus sentimientos.

Sí...Por eso había ido al parque, por eso había asistido a esa cita, por primera vez había tomado interés en un encuentro íntimo. Todo por esa maldita carta que lo había inquietado.

Tenía muchas preguntas que hacer...

Tenía que aclarar algunas cosas con la joven que le había dedicado ese poema.

Y no era la primera vez que recibía una carta como esas, ni tampoco era la única oportunidad en la que alguien concertara una cita con él. Pero le habían parecido todos esos escritos y composiciones demasiado superfluos, intrascendentes, comunes y corrientes, incluso ridículos, como si les faltara algo, como si carecieran de alma, de espíritu que hiciera vibrar cada una de las palabras.

Ese día se había levantado temprano, y se sorprendió así mismo por su expectación y su agitación debido al encuentro que se llevaría en la tarde. Se había bañado temprano y vestido con sus mejores ropas, incluso se había rociado el cuello y la chaqueta con el fino perfume que usaba su padre.

¿Quería impresionarla?

¿Por qué hacía todo eso?

Él no era así.

¿Entonces por qué se comportaba de esa manera?

Se había quedado en el espejo mirándose fijamente, más tiempo del necesario. Evaluando cada uno de sus rasgos, acomodándose y peinando cuidadosamente su cabello, incluso practicando una suave y delicada sonrisa en su rostro usualmente serio.

Había llamado la atención de su hermana, que lo había estado espiando sin que él se diera cuenta desde la puerta entreabierta de su habitación.

“¿Touya, te pasa algo?” le había preguntado, enarcando una ceja.

Y tal era su expectación que no pronunció las palabras que generalmente utilizaba con ella.

“¿Me veo bien?” Fue lo único que pudo decir, haciendo que Sakura se sorprendiera como nunca.

“¿A dónde vas?” le preguntó, antes de que abandonara su cuarto.

“Al parque, ya regreso”.

Se había tomado todas esas molestias para estar en ese lugar a la hora indicada, llegando a propósito media hora antes para asegurarse de no llegar tarde y de no desistir en el último momento. Y había sentido cada minuto transcurrir lento y pausado, interminable, mientras la aguja de su reloj marcaba cada segundo con un movimiento preciso. Deseaba que llegara el momento y a la vez que no lo hiciera...

Respiró con fuerza.

¿Qué le estaba ocurriendo?...

Y luego, cuando la vio llegar, había quedado impresionado con su presencia. Era hermosa, aunque no le hubiera importado mucho el que no se hubiera vestido de esa manera para su cita en especial. Aunque no podía negar que quedó gratamente sorprendido por el aspecto de Kaede.

Y sin querer le había sonreído, sosteniendo el regalo en sus manos y comenzando a levantarse de la banca, motivado aún más por las nerviosas, pero intensas reacciones que sus acciones producían en la muchacha. La mirada ligeramente escondida de Kaede, sus labios rojos entreabiertos, el intenso rubor en sus blancas mejillas, la manera en la que sus dedos se enredaban, tratando de calmar su ansiedad.

Súbitamente se sintió cautivado, enternecido por esa tímida muchacha que eludía su mirada.

¿Cómo se le llama a eso?

No podía ser amor, no podía serlo, ya que apenas acababa de conocerla. ¿Entonces qué era? No podía discernirlo, sólo obedeció a su necesidad de acercarse y mostrarse considerado y amable, tanto como nunca lo había sido con chica alguna. Podría ser un comienzo...Una conmovedora sensación, mezcla de alegría y temor se apoderó de su ser.

Entonces sintió cómo Yukito detenía su brazo, para luego hacerlo volverse con fuerza. Y fue tarde para cuando lo tenía atrapado entre sus brazos, y aún peor para cuando tenía presos sus labios con los suyos.

Quedó sin reacción alguna. Sólo en el camino con dirección a casa había podido aclarar en algo las cosas que habían ocurrido. No, no era un sueño, para su mala fortuna no lo era. El estúpido chico de lentes se había atrevido a besarlo en frente de todos...Y Kaede...¡Kaede lo había visto!

¿Qué diría ella de todo eso? ¿Cómo solucionaría esa situación? ¿Cómo explicarle a ella que lo que sucedió fue sin que él pudiera detenerlo, que no lo había esperado, ni imaginado siquiera?

¿Y si no quería volver a verlo?

Esta idea le causaba un inusual tristeza. Como si el hecho de no volver a verla dejara en su corazón una profunda hendidura, una que no podría colmar con nada, una honda herida como de alguien que deja huir por alguna circunstancia fortuita del destino algo valioso, muy valioso, algo que desde hace mucho andaba buscando y que por fin había hallado.

No podía terminar así, no podía. Tenía que hacer muchas preguntas, tenía que hallar respuestas. Quería agradecer el regalo y la carta que había recibido... Quería estar junto a ella, conocer el sonido de su voz, el ritmo y entonación de sus palabras, ver de cerca sus ojos color avellana...Se imaginó recorriendo las sedosas hebras de ese largo cabello color miel, acercándose a él y percibiendo su aroma. ¿Tendría el mismo olor que el de su madre? ¿Sería igual de suave?

De repente se detuvo, parpadeando varias veces, intrigado sobre la idea de tenerla presente en su mente aún en esos momentos. No se había detenido a pensar en lo que pasaría cuando su familiares se enteraran de lo ocurrido en el parque, ni cuando sus amigos lo supieran. Ni siquiera en la forma en la que arreglaría esa penosa situación una vez que se encontrara con Yuki.

Y estaba allí, sintiéndose fascinado con esa muchacha, pensando en agradecerle sus obsequios y acariciar su cabello.

El poema...El maldito poema debía tener la culpa. El poema y la extraña manera en la que exaltaba sus sentidos.

Los pensamientos volvieron a arremolinarse en su cabeza. Los dejó discurrir, como si fueran hojas caídas en una clara fuente, uno sobre otro, galopando como potros salvajes en los agrestes recodos de su mente.

El poema... Su madre... El cabello largo, sedoso... las mejillas sonrojadas... Los días en el parque... Las frases ardientes... el intenso sonrojo... Kaede... piernas torneadas y senos redondos... Los ojos del mismo color de los suyos... Un cálido contacto en sus labios... el sabor de Yuki en su boca... Apasionado... ardiente... intenso... Las palabras y caricias de mamá... ¿Cómo iba a poder explicar todo eso, cómo?... Hebras onduladas entre sus dedos... Una mano en su brazo, deteniéndolo con fuerza... el aroma del cabello de su madre... jazmines y rosas... Dedos enredándose con nerviosismo...

Cerró los ojos con fuerza.

 

Las palabras comenzaron a acudir a sus labios, presurosas por salir, como si con ellas dejara escapar la terrible agitación en su cabeza y corazón, los sentimientos encontrados. Como si con las oscuras frases de ese poema pudiera hallar algo de alivio para su atormentada mente. Y sonrió en medio de su conmoción, mientras imaginaba a la tímida y recatada Kaede escribiendo algo como eso, describiéndolo de esa forma... utilizando un lenguaje tan florido, tan cargado de sensualidad...de pasión y erotismo... Nada común en una chica...

Sus labios se entreabrieron, y sintió el frío viento agitando su cabello y su ropa con violencia, como para llevarse lejos las palabras que se agolpaban en su mente, una a una...

“Ayer te soñé...

Tu cuerpo desnudo reposando en un lecho de rosas, los pétalos rojos y blancos contrastan bellamente con la transparente palidez de tu piel, con el ligero rubor en tus mejillas, con el encendido carmesí de tus labios entreabiertos. La tersura de tu piel, mi amor, me recuerda al suave y aterciopelado contacto de los capullos en flor.

Tu cuerpo, sudoroso,  descansa exhausto en el desordenado lecho que he preparado especialmente para ti, para nosotros. Todavía jadeas débilmente, aún tu respiración es agitada, aún los latidos de tu corazón son acelerados... Amor, te ves tan hermoso...

Quisiera tomarte entre mis manos nuevamente, quisiera experimentar todas esas deliciosas sensaciones que aún palpitan en mi cuerpo... quisiera volver a escuchar tus gemidos de placer ...

La calidez de tu cuerpo, de tu torso desnudo y de tus piernas entrelazadas con las mías, tus firmes brazos rodeando mi espalda me producen una sensación tan abrumadora... tan intensa... Podría morir aquí, en este mismo lugar, en este mismo momento, con esta sonrisa que apenas se dibuja en mis labios.

O podría... podría...

Se detuvo, parpadeando varias veces. Siempre olvidaba esa parte, siempre dejaba la frase inconclusa en ese lugar... Frunció los labios ¿que más seguía? Así...

-“ O podría vivir, igualmente, estrechándote fuertemente para no dejarte ir”...

Touya abrió los ojos de par en par, con total sorpresa, dirigiendo su mirada hacia donde había provenido la voz. Una débil silueta se evidenció detrás de un árbol cercano. La luz de la luna dejaba ver sus contornos, aunque ocultaba sus facciones. El corazón de Touya empezó a latir con fuerza.

-¿Qué dices, te gusta? – La voz era inconfundible, y el joven Kinomoto pudo ver cómo la luz de la luna se reflejaba en la montura y lo vidrios de unos anteojos que pendían del conocido rostro.

-¿Qué...qué haces aquí?

-Te vi cuando saltabas de la ventana de tu habitación, y te seguí hasta aquí.

Touya parpadeó sorprendido, encarando al joven que tenía enfrente, se había dado cuenta de algo...

-¿C...cómo es que tú?

-¿Cómo es que lo sé? Es fácil, es porque yo lo escribí.